Clara, la Pintora de Rostros en Acuarela



Clara era una niña de diez años que vivía en un pintoresco pueblito rodeado de montañas. Desde muy pequeña, le había encantado el arte. Pasaba horas y horas en su rincón de la casa, pintando paisajes y, especialmente, rostros de las personas que la rodeaban. Pero Clara tenía un don especial: sus acuarelas no solo representaban la apariencia de la gente, sino también sus emociones.

Un día, Clara decidió llevar su pincel y sus acuarelas a la plaza del pueblo. "Hoy voy a pintar a todos los que se acerquen", -anunció entusiasmada. La noticia corrió rápido, y los curiosos empezaron a llegar. Carla, la señora del quiosco de golosinas, fue la primera en acercarse. "Clara, querida, ¿podés pintarme?"- pidió mientras sonreía. Ya lista, Clara empezó a trazar con sus pinceles un bello retrato de Carla. "¡Qué lindo, Clara!"- exclamó Carla al verse en el papel. "Pero no solo pinté tu rostro; también dibujé tu alegría. ¡Esa sonrisa se tiene que ver!"

Con cada retrato que Clara pintaba, las personas se mostraban más emocionadas, pues no solo se veían a sí mismas, sino que también podían percibir su propia esencia. Pasó la tarde pintando a los habitantes del pueblo: don Carlos, el cartero con su gorra y su amor por las cartas; la abuela Elena, que siempre contaba historias de tiempos pasados, con una mirada llena de sabiduría. Pero, en medio de risas, también llegó un niño nuevo al pueblo, Tomás, que era muy tímido.

"¡Hola, Tomás!"- lo saludó Clara.

"No, no quiero que me pintes. Soy muy aburrido"- respondió Tomás mirando al suelo.

"¿Aburrido? ¡Pero eso no es cierto!"- Clara insistió, "Todos tienen algo especial. Déjame mostrarte lo que veo"-.

Después de un rato de conversación, Tomás aceptó que Clara lo pintara. Mientras observaba cómo la niña trazaba las líneas con su pincel, comenzó a abrirse. "Me gusta la música y tengo un sueño: quiero ser un gran músico y tocar en la plaza"- confesó.

"¡Eso es maravilloso, Tomás!"- dijo Clara entusiasmada.

"Sí, pero creo que nadie me escucharía"- contestó con una mirada triste.

Finalmente, Clara finalizó el retrato. "¡Listo! ¡Mirá!"- exclamó mientras le mostraba la pintura. Tomás quedó sorprendido. En su retrato, Clara había pintado notas musicales alrededor de su cabeza y un brillo en sus ojos que reflejaba toda su pasión por la música.

"¡Yo no soy así!"- dijo Tomás, asombrado.

"¡Claro que sí! – le respondió Clara – ¡Tenés que creerlo, Tomás!"-

A medida que pasaban los días, Clara siguió pintando a la gente del pueblo, pero la imagen de Tomás la motivaba a hacer algo más. "¿Por qué no hacemos un concierto en la plaza?"- propuso a sus amigos. Todos, incluido Tomás, se entusiasmaron con la idea, y comenzaron a preparar el evento.

El sábado llegó, y la plaza estaba llena de gente. Tomás tenía una guitarra con él, pero se sentía nervioso. "¿Y si no les gusta?"- le decía a Clara.

"¡Recordá tu retrato!"- lo animó ella.

Cuando llegó su turno, Clara le dio un pequeño empujón y Tomás salió adelante, su corazón latiendo con fuerza. Comenzó a tocar. Al principio su voz era temblorosa, pero poco a poco fue tomando confianza. La música llenó la plaza, y todos comenzaron a aplaudir y a bailar.

Al finalizar, Tomás sonrió con una gran alegría. Se sintió vivo, aceptado, y por primera vez orgulloso de ser quien era.

"No puedo creer que lo haya hecho, Clara!"- dijoTomás al bajarse del escenario.

"Ves, te dije que tenías algo especial dentro de vos"- le respondió Clara sonriendo.

A partir de ese día, Tomás se convirtió en el músico favorito del pueblo, y Clara siguió pintando, mostrando a cada persona lo especial que eran. Ambos amigos aprendieron que con apoyo y confianza, podían hacer cosas sorprendentes y lograr sus sueños. Y así, la plaza siguió siendo un lugar de risas, música y colores, donde todos eran celebrados por ser exactamente quienes eran.

FIN.

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