Clara, Raúl y el Saltamontes Aventurero
Clara y Raúl eran los mejores amigos del colegio. Llenos de energía, un día esperaban con ansias una excursión al bosque con toda su clase. El sol brillaba y el canto de los pájaros resonaba en el aire. Apenas llegaron al bosque, empezaron a explorar, y eso les encantaba. Vieron caballos pastando, conejos saltando, pajarillos cantando, ciervos en la distancia y patos nadando en un pequeño estanque.
Mientras todos sus compañeros hacían un juego de búsqueda de animales, Clara y Raúl, muy curiosos, vieron un saltamontes que parecía saltar más que nunca.
"¡Mirá, Raúl!" - dijo Clara emocionada "¡Sigámoslo!"
"¡Sí! Debe de ser el saltamontes más rápido del mundo!" - respondió Raúl riéndose.
Así, los dos amigos comenzaron a seguir al saltamontes, riendo y saltando detrás de él. Se olvidaron del grupo, de la profesora y de la excursión. Solo existía el saltamontes.
Después de un rato, se dieron cuenta de que estaban lejos de sus compañeros.
"Clara, creo que nos perdimos" - dijo Raúl, un poco asustado.
"No puede ser, solo tenemos que volver sobre nuestros pasos" - respondió Clara, tratando de verse firme.
Ambos miraron a su alrededor y se dieron cuenta de que los árboles parecían más altos, y el camino se había vuelto un laberinto de troncos y hojas. Un leve temor empezó a instalarse en sus corazones.
"¿Y si nunca encontramos el camino de regreso?" - preguntó Raúl con voz titubeante.
"¡No digas eso!" - Clara lo animó "Podemos ayudar a los animales, ellos nos pueden dar pistas. ¡Vamos a preguntar!"
Decidieron acercarse a un ciervo que estaba cerca.
"Hola, señor ciervo" - dijo Clara, un poco nerviosa "¿Cómo podemos volver al grupo?"
El ciervo, grande y majestuoso, los miró con sus ojos amables y movió la cabeza como si entendiera.
"Sigan el sonido del agua. Ahí encontrarán el estanque donde los otros están jugando. Pero tengan mucho cuidado con los obstáculos del camino" - les dijo el ciervo con voz suave.
"¡Gracias!" - exclamaron Clara y Raúl al unísono.
Con nuevos ánimos, siguieron el consejo del ciervo. Pero, a medida que avanzaban, comenzó a llover.
"Esto es un desastre, Clara" - dijo Raúl, viendo cómo el barro comenzaba a acumularse bajo sus pies.
"Es solo agua, ¡no deja de ser un bosque!" - replicó Clara con una sonrisa. "Mirá, ¡está cayendo agua en las hojas! ¿No es bonito?"
Raúl miró hacia arriba y sonrió. Las gotas de agua formaban pequeñas cascadas sobre las hojas, y algunas caían al suelo haciendo un ritmo suave. Esa idea le dio fuerza y coraje para seguir.
Después de un rato, llegaron al estanque, pero no encontraron a nadie. Estaba vacío, sin rastro de sus compañeros. Justo entonces, un patito se acercó nadando y empezó a quackear.
"¡Un momento!" - dijo Clara "Tal vez el patito sepa algo. Patito, ¿viste pasar a mis amigos?"
El patito se acercó, hizo un giro y comenzó a nadar.
"¡Síguelo!" - gritó Raúl.
"Vamos, amigo, ¡seguro nos lleva!"
Nadando rápido y saltando de piedra en piedra, Clara y Raúl siguieron al patito hasta encontrar un pequeño grupo de conejos que saltaban juguetonamente.
"¡Rápido!" - dijo Clara "Quizás ellos saben dónde están nuestros amigos."
"Excusas no vamos a tener" - respondió Raúl mientras se acercaban.
Los conejos, al ver a Clara y Raúl, se quedaron quietos.
"¿Dónde está la clase?" - preguntó Clara "Nos perdimos y el patito nos guió aquí."
Los conejos se miraron entre sí, y uno de ellos, que parecía más viejo, dijo:
"Pueden seguirnos, nosotros sabemos el camino. Apresúrense antes de que llegue más lluvia."
Clara y Raúl sintieron una alegría inmensa y siguieron a los conejos en un desfile colorido. Después de algunos minutos de saltos y carreras, finalmente, llegaron a un claro. Allí estaban todos sus compañeros, resguardados bajo un árbol grande.
"¡Clara! ¡Raúl!" -gritó su profesora al verlos.
"¡Nos perdimos, pero encontramos amigos en el camino!" -explícó Clara mientras reían, dándole una mano a Raúl y abrazando a los animales que los habían ayudado.
Después de aquella aventura, Clara y Raúl aprendieron que, aunque puede ser fácil perderse, siempre hay soluciones y sobre todo, amigos que ayudan.
Antes de regresar, los dos amigos se quedaron un rato observando a los animales mientras prometían no alejarse de su grupo la próxima vez. Sabían que cada aventura se aprenden lecciones valiosas, que el bosque no solo tenía animales, sino también amigos que los esperaban.
Y así, con una historia que contar, regresaron sonriendo, disfrutando de cada momento, pero con la promesa de la próxima excursión mucho más atentos a su alrededor. ¡Nunca más un saltamontes los haría perderse!
FIN.