Clara y el lobo pícaro



En el mundo mágico de las abejas, donde las flores bailaban bajo el sol y el aire estaba impregnado del dulce aroma de la miel, vivía una niña llamada Clara. Todos los días, Clara lucía su hermosa capucha roja mientras visitaba a sus amigas las abejas. Las abejas, siempre trabajadoras y amables, le regalaban frascos de miel para que Clara se los llevara a su abuelita, quien era famosa en el bosque por hacer las más ricas galletas de miel que uno podría imaginar.

Un día soleado, Clara se preparó para su rutina habitual.

"Hoy estoy lista para llevarle a la abuelita un montón de miel, ¡es un día perfecto para hacer galletas!" dijo Clara alegremente, mientras colocaba los frascos en su canasta.

Las abejas revoloteaban a su alrededor, dándole ánimos.

"¡Que tengas un buen día, Clara!" le gritaron al unísono.

Clara sonrió y, con un movimiento de su mano, las despidió. Pero en su camino hacia la casa de su abuelita, un pícaro lobo apareció entre los árboles.

"¡Hola, pequeña! ¿A dónde vas con esa canasta tan llena de miel?" preguntó el lobo, con una voz suave y amistosa.

Clara, un poco desconfiada pero curiosa, respondió:

"Voy a casa de mi abuelita. Ella hace las galletas más ricas del mundo y necesito llevarle esta miel."

El lobo sonrió, pensando en lo que podría hacer.

"Si quieres, puedo mostrarte un camino más corto. Te llevará a su casa en un instante."

Clara dudó. Recibió el consejo con precaución.

"No, gracias. Mis amigas abejas me enseñaron que siempre es mejor seguir el camino que conocemos."

El lobo, sintiéndose frustrado por su negativa, respondió:

"Está bien, pequeña. Entonces, que tengas un buen viaje. Pero recuerda que a veces, es bueno ser un poco aventurera."

Después de que el lobo se alejó, Clara siguió su camino. A medida que avanzaba, el silencio del bosque la rodeaba. De repente, Clara se dio cuenta de que había un pequeño grupo de flores brillantes a su lado.

"¡Qué hermosas!" exclamó, dejando de lado su canasta por un instante para admirarlas. Pero justo cuando se agachó, escuchó un ruido tras ella.

Era el lobo otra vez.

"¿Aún sigues por aquí?" le preguntó Clara en voz baja.

"Oh, solo pasaba por aquí. No puedo dejar de pensar en lo que me dijiste... tal vez deberías probar el camino más corto, después de todo."

Clara, aún firme en su decisión de no dejarse engañar, le respondió:

"No te puedo creer, lobo. Mis amigas las abejas siempre me han enseñado a desconfiar de los extraños."

"¡Caramba! Eres más astuta de lo que parece, Clara," dijo el lobo impresionado, "en ese caso, seguiré mi camino. No quiero chocar contigo."

Clara continuó su viaje, más alerta que nunca. Sin embargo, el lobo, decidido a no rendirse, encontró otra estrategia. Saltó hacia el centro del sendero y le gritaría al pasar:

"¡Clara! ¡Mira esas hermosas mariposas volando! ¿Te gustaría atraparlas con mis patas rápidas?"

Clara, sintiéndose tentada por la belleza de las mariposas y recordando las enseñanzas de sus amigas, replicó:

"No quiero perseguir mariposas. Siempre es mejor observarlas en su entorno. Además, mi abuelita me espera."

Mientras continuaba su camino, Clara se sintió orgullosa de su decisión. Cuando finalmente llegó a la casa de su abuelita, la puerta se abrió con un chirrido.

"¡Clara! ¡Qué alegría verte, mi querida!" dijo la abuelita, abrazándola con cariño. "¿Trajiste miel?"

Con una sonrisa, Clara abrió su canasta.

"¡Sí, abuelita! Las abejas me dieron la mejor miel. ¡Vamos a hacer galletas!"

Juntas, comenzaron a mezclar los ingredientes, mientras compartían risas y historias sobre el bosque. Pero Clara no olvidó compartir lo que había sucedido en el camino.

"Te cuento que un lobo intentó engañarme, pero no me dejó llevar."

Su abuelita sonrió con orgullo.

"Hiciste bien en seguir tu instinto, Clara. Siempre escucha a tu corazón y no te dejes influir por quienes parecen amistosos pero no lo son."

Cuando terminó el día, la casa olía a galletas recién horneadas, y Clara se sintió satisfecha. Aprendió que, aunque la curiosidad puede ser tentadora, la sabiduría y la precaución siempre deben ir de la mano. Y desde entonces, se convirtió en una amiga más sabia del bosque, siempre llevando a casa lo que se había prometido.

Juntas, Clara y su abuela compartieron esa tarde con mucha alegría, y las galletas de miel fueron un deleite, especialmente para las abejas que pronto llegaron para celebrar.

Y así, Clara entendió que ser valiente y seguir su camino siempre sería la mejor decisión.

Las abejas nunca dejaron de regalarle miel, y cada día traía un nuevo motivo para reír y aprender. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

FIN.

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