Coki, el perro lechero



En un pequeño campo rodeado de montañas verdes, vivía un perrito llamado Coki. Era un perro feliz, con un pelaje marrón claro y grandes ojos brillantes. Pero lo que hacía especial a Coki era su trabajo: él cuidaba a las vacas de Don José, un granjero amable que lo quería como a un hijo.

Cada mañana, Coki se levantaba al amanecer. "¡Buenos días, Coki!"- decía Don José mientras le acariciaba la cabeza. "Es hora de que cuides a las vacas, amigo. Van a dar su leche y necesitamos que estén tranquilas."

Coki ladraba emocionado y corría hacia el prado donde pastaban las vacas. "¡Vamos, chicas!"- iba diciendo mientras movía su cola. Las vacas sabían que cuando Coki estaba cerca, todo iba a ir bien.

Pero un día, algo extraño sucedió. Mientras Coki cuidaba de las vacas, escuchó un ruido raro en el arbusto cercano. "¿Qué fue eso?"- se preguntó. Se acercó lentamente y, para su sorpresa, encontró a un pequeño ternerito atascado entre las ramas.

"¡Hola!"- dijo el ternerito con una voz temblorosa. "Me llamo Tino y no puedo salir de aquí."

"No te preocupes, Tino. Yo te ayudaré,"- respondió Coki, con su voz tranquila. Sin pensarlo dos veces, comenzó a tirar del arbusto con todas sus fuerzas. Después de unos momentos de esfuerzo, Tino finalmente quedó libre.

"¡Gracias, Coki!"- exclamó Tino, muy contento. "¡Eres un héroe!"-

Coki sonrió y se sintió orgulloso. Pero ahora había un nuevo reto. Tino estaba tan emocionado que no sabía cómo volver al lado de su madre. "¡Debo volver a las vacas!"- gritó Tino.

Coki pensó rápidamente. "¡Sigue mis pasos! Te llevaré."

Así fue como Coki y Tino emprendieron el camino de regreso al rebaño. Por el camino, Coki le enseñaba a Tino cómo se comportan las vacas. "Cuando veas a mamá, debes hacerle cariño, así sabrá que eres su pequeño."

Finalmente, llegaron a la manada. Las vacas los miraron con curiosidad. Coki ladró para llamar la atención. "¡Miren, chicas! ¡Aquí está Tino!"- Las vacas se acercaron y, al ver al ternerito, una de ellas lo lamió con ternura.

"¡Mamá!"- gritó Tino, feliz de estar de vuelta. Las vacas comenzaron a dar suaves mugidos, celebrando la llegada de Tino.

Don José, que había estado observando desde la distancia, no podía creer lo que había pasado. Se acercó a Coki y le dijo: "¡Eres un gran perro, Coki! No solo cuidas de nuestras vacas, ahora también salvas a sus terneritos."

Coki movió la cola, orgulloso de su trabajo. Pero, mientras todos celebraban, Coki se dio cuenta de que tenía sed. Miró a Don José, quien le ofreció un cuenco lleno de leche.

"¡Toma, Coki! Esto es por tu valentía,"- dijo Don José riendo.

Coki lamió la leche, saboreando cada gota. En ese momento, el perrito se dio cuenta de que no solo cuidaba de las vacas, sino que también tenía un lugar especial en el corazón de todos ellos. La leche no solo era alimento, sino un símbolo de agradecimiento y felicidad.

Desde ese día, Coki no solo fue un cuidador, sino un amigo leal de cada vaca y ternerito en el campo. Aprendió que con valentía, amistad y un poco de cariño, se podían superar grandes desafíos. Y así, Coki siguió cuidando de las vacas, asegurándose de que no solo produjeran buena leche, sino también amor y compañerismo para todos en el campo.

Y así, en el pequeño campo, Coki, el perro lechero, se convirtió en un verdadero héroe del rancho, enseñando a todos sobre la importancia de ayudar y cuidar a los demás.

FIN.

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