Colores de amistad


Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, dos niños llamados Matías y Sofía. Ambos eran vecinos y asistían al mismo jardín de infantes, donde aprendían sobre inteligencia emocional.

Un día, la maestra les enseñó a identificar sus propias emociones y las de los demás. Les explicó que era importante reconocer cómo se sentían para poder expresarlo adecuadamente. Matías era un niño muy inquieto y siempre estaba saltando de un lado a otro.

A veces se enojaba fácilmente cuando las cosas no salían como él quería. Por otro lado, Sofía era más tranquila y sensible. Le costaba mucho trabajo controlar su tristeza cuando algo no le salía bien.

La maestra decidió organizar un juego para ayudar a Matías y Sofía a entender mejor sus emociones. Les pidió que imaginaran que cada emoción tenía su propio color. El enojo sería rojo, la alegría amarilla, el miedo azul y la tristeza verde.

Un día, mientras jugaban en el patio del jardín de infantes, Matías tropezó con una piedra y cayó al suelo llorando desconsoladamente. Sofía corrió hacia él preocupada por lo que le había pasado.

- ¡Ay Matías! ¿Estás bien? - preguntó Sofía mientras lo ayudaba a levantarse. - Me duele mucho - respondió Matías entre sollozos -. Y ahora todos se están riendo de mí.

Sofia recordó lo que habían aprendido sobre inteligencia emocional e intentó aplicarlo en ese momento tan difícil para su amigo. - Tranquilo Matías, sé que te duele y eso te hace sentir triste. Pero recuerda que todos nos caemos alguna vez, no es motivo para enojarse.

Además, los demás no se están riendo de ti, solo están sorprendidos. Matías se secó las lágrimas y miró a Sofía con curiosidad. - ¿De verdad? - preguntó él. - Sí, de verdad - respondió Sofía sonriendo -.

A veces nuestras emociones pueden confundirnos y hacernos pensar cosas que no son ciertas. Desde ese día, Matías comenzó a prestar más atención a sus emociones. Cuando algo le frustraba, intentaba respirar profundo y pensar antes de enojarse.

Sofía también aprendió mucho sobre cómo ayudar a otros cuando estaban tristes o asustados. Un mes después, el jardín de infantes organizó una feria donde los niños debían mostrar algún talento especial. Matías decidió participar en un concurso de baile.

Estaba muy nervioso porque nunca había bailado frente a tanta gente. Cuando llegó su turno de subir al escenario, Matías sintió todo tipo de emociones: miedo por equivocarse, alegría por mostrar su talento y ansiedad por la expectativa del público.

Sofía estaba entre el público y notó cómo Matías se movía torpemente al inicio de la coreografía. Entonces recordó lo que habían aprendido sobre inteligencia emocional y decidió actuar. - ¡Vamos Matías! Tú puedes hacerlo - gritó Sofía desde la multitud -.

Recuerda nuestra técnica: respira profundo y piensa en tu color favorito para calmarte. Matías escuchó las palabras de Sofía y cerró los ojos por un momento. Respiró hondo y pensó en el color amarillo, que representaba la alegría.

Cuando abrió los ojos, algo mágico sucedió. Matías comenzó a bailar con gracia y elegancia, olvidándose de sus miedos e inseguridades. El público lo aplaudió emocionado. Después del concurso, Sofía se acercó a Matías con una gran sonrisa en su rostro.

- ¡Lo lograste Matías! Bailaste maravillosamente bien - exclamó Sofía emocionada. - Gracias a ti, Sofía. Tus palabras me dieron fuerza para superar mi miedo - respondió Matías agradecido.

Desde ese día, Matías y Sofía se convirtieron en grandes amigos inseparables. Juntos aprendieron que la inteligencia emocional era una herramienta poderosa para enfrentar cualquier desafío que la vida les presentara.

Y así, gracias al jardín de infantes y su enseñanza sobre inteligencia emocional, estos dos niños crecieron siendo personas equilibradas y empáticas capaces de manejar sus emociones de manera positiva.

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