Colores de Amistad



Era un día soleado en el barrio de Palma Rosa, y un grupo de niños se reunió en el parque para hacer una actividad divertida: un taller de pintura. Sofía, una niña con grandes sueños, lideraba el grupo. Tenía un delantal lleno de manchas de colores y una enorme sonrisa que iluminaba su rostro.

"¡Chicos, hoy vamos a crear una obra maestra!" – exclamó Sofía entusiasmada.

Junto a ella estaban Lucas, que siempre tenía historia que contar; Ana, la más creativa, que ya había dibujado un dragón gigante en su cuaderno; y Tomás, que nunca faltaba a las actividades porque sabía que siempre habría algo emocionante.

"¿Qué vamos a pintar?" – preguntó Lucas mientras sacaba su pincel favorito.

"Vamos a pintar un mural que represente nuestra amistad y el barrio" – propuso Ana, levantando la mano.

Los demás estuvieron de acuerdo, así que se pusieron manos a la obra. Sacaron los colores: rojos, azules, amarillos y verdes. Cada uno eligió un lugar del gran lienzo que habían traído.

Mientras pintaban, Sofía notó que Tomás estaba un poco callado. Se acercó a él.

"¿Todo bien, Tomás?" – preguntó con preocupación.

"Sí, es solo que... no se me ocurre qué pintar" – respondió, mirando el lienzo en blanco con desánimo.

"No te preocupes, todos tenemos días así. Pintá lo que te haga feliz" – le animó Sofía. Entonces, Tomás pensó en su perro, Pipo, y decidió pintarlo corriendo por el parque.

Mientras tanto, Ana pintaba un sol radiante que iluminaba el paisaje.

"Miren, este sol representa lo mucho que brilla nuestra amistad" – dijo con orgullo.

De repente, Lucas tuvo una gran idea.

"¿Y si hacemos un arcoíris que conecte nuestras pinturas?" – sugirió.

Todos estuvieron de acuerdo. Así que comenzaron a pintar un hermoso arcoíris que unía el sol de Ana y el perro de Tomás. Pero, cuando llegó el momento de añadir el color lila, se dieron cuenta de que ya no les quedaba pintura de ese color.

"¡Oh no! Sin lila, no se verá igual" – se lamentó Ana.

"Podemos hacer un nuevo color. Mezclemos roja y azul" – propuso Sofía.

Los chicos miraron con incertidumbre.

"No sé si va a funcionar..." – dijo Tomás.

"¿Y si lo probamos?" – añadió Lucas, entusiasmado.

Así que mezclaron los colores y, para sorpresa de todos, ¡lograron un lila brillante! Todo el mundo aplaudió.

"¡Es hermoso!" – exclamó Ana.

Con el nuevo lila en sus manos, continuaron pintando con más energía. Cada uno aportó su creatividad y, al final, el mural se convirtió en una explosión de colores y formas que contaba la historia de su amistad.

Cuando terminaron, se sentaron a admirar su obra.

"Es un gran símbolo de lo que somos como grupo" – dijo Sofía, emocionada.

"Sí, y también nos enseñó que siempre hay una solución, incluso si parece que no hay más colores" – agregó Tomás, sonriendo.

Todos asintieron, sintiendo la unión que había crecido entre ellos.

El mural se colgó en el parque, y los vecinos comenzaron a comentar sobre la belleza y significado del trabajo. Un día, un artista local se acercó al grupo.

"¡Chicos, esto es impresionante! Necesito que me ayuden a crear una nueva obra para la galería del barrio. ¿Se animan?" – preguntó, maravillado por la creatividad de los niños.

Los ojos de Sofía, Lucas, Ana y Tomás brillaban de emoción.

"¡Sí! Estamos listos para más aventuras artísticas" – respondieron al unísono.

Y así, comenzaron un nuevo capítulo lleno de colores, risas y amistad, llevando su arte y alegría a todo el barrio.

Nunca olvidaron lo que habían aprendido ese día: que la creatividad florece cuando se trabaja en equipo, y a veces, los grandes problemas tienen soluciones tan sencillas como mezclar un poco de color.

Desde aquel día, el parque de Palma Rosa no solo era un lugar para jugar, sino también un espacio donde la amistad y el arte brillaban juntos.

FIN.

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