Conie y el Misterio del Pay de Manzana



Era un día soleado en la ciudad de Las Delicias. A las ocho de la mañana, la pequeña Conie estaba acurrucada en su cama, profundamente dormida. Su papá, don Carlos, ya había preparado un delicioso pay de manzana, su especialidad, y lo había dejado enfriarse en la cocina.

Cuando Conie finalmente abrió los ojos, el aroma del pay la despertó instantáneamente. Su estómago rugió.

"¡Mmm, papá! Huele riquísimo!" dijo mientras se estiraba y se levantaba de la cama.

Don Carlos, que estaba jugando con su perro Rufus en la sala, sonrió al escucharla.

"Buenos días, dormilona. Si te apuras, todavía podemos comerlo juntos. Pero cuidado, hay que dejar algo para después de almorzar."

"¡Sí, papá!" respondió entusiasmada.

Conie se lavó los dientes y se arregló rápido, con tanto apuro que se olvidó de peinarse. Corrió a la cocina, donde el pay de manzana brillaba bajo la luz del sol. Su papá le había puesto un poco de canela, justo como a ella le gustaba.

"No puedo resistirme a este olor, ¡debo probarlo!" pensó Conie, haciendo un pequeño salto para alcanzar un trozo.

Pero antes de que pudiera tocarlo, don Carlos apareció.

"¡Espera un momento, Conie! Las reglas son claras: tomamos un pedacito ahora y dejamos algo para después, ¿no?"

"Pero, papá, ¡solo un mordiscón! Necesito energía para jugar con Rufus!" contestó Conie con una mirada de puchero.

"Un mordisco será un mordisco, pero recuerda que si comemos todo ahora, después no habrá más."

Conie dudó, pero la tentación era grande. Así que, con un giro en su traviesa mente, decidió hacer un pequeño truco.

"Está bien, papá. Solo un pedacito, pero... ¿puedo invitar a Rufus a un mordisco también?"

Don Carlos empezó a reír.

"Rufus no puede comer postres, pero podés darle un poco de tu desayuno si querés. A los perritos les encanta el pan."

Eso le dio una idea a Conie.

"Entonces, le voy a dar un poco de mi pan. Pero yo no voy a gastar energía en el almuerzo, ¡solo en el desayuno!"

Don Carlos solo podía reírse ante su chispeante ocurrencia, así que le preparó un pedazo de pan a Rufus. Mientras su papá se apartó para buscarlo, Conie vio su oportunidad.

"¡Es mi momento!" pensó y, sin dar más vueltas, tomó un trozo de pay de manzana y se lo comió en un abrir y cerrar de ojos.

Regresó rápido a su asiento, justo cuando don Carlos volvió a entrar con Rufus.

"¿Qué tal, Conie? ¿Te gustó el pan?" preguntó.

Conie, con la boca llena, solo pudo contestar:

"¡Sí!" mientras la dicha la llenaba.

Don Carlos la miró con una ceja levantada.

"Hmmm, algo huele raro aquí... ¿pudiste resistir el pay?"

Conie sonrió tímidamente.

"Ehm, solo un poquito..."

"¿Solo un poquito?" volvió a preguntar don Carlos con una sonrisa traviesa.

"Más bien pareces un monstruo devorador de pay. ¡Ese platillo era para compartir! Mira cómo se siente tu papá, que tenía la expectativa de que lo probaras a mi lado."

Consciente de que había cometido un pequeño error, Conie se sintió mal.

"Lo siento, papá. Me dejé llevar por el olor y no pensé en vos."

"Está bien, Conie. Te perdono, pero para la próxima recordá que compartir siempre es mejor. ¿Qué te parece si hacemos más?"

Los ojos de Conie se iluminaron, y en su corazón supo que era la mejor idea.

"¡Sí! Podemos hacer una versión más grande y invitar a los vecinos!"

"¡Exactamente!" dijo don Carlos.

"Lo que más alegra un buen postre es compartirlo con los que amamos. A las personas que comparten su comida siempre les va bien."

Conie sonrió, iluminada por la idea. Juntos, se pusieron a hacer más pay de manzana, compartiendo risas y anécdotas mientras cocinaban.

Desde ese día, Conie también aprendió a esperar su turno y a disfrutar de los momentos en familia, sabiendo que siempre hay más delicias por compartir. Y así, no solo el pay de manzana se convirtió en un platillo especial, sino que cada vez que lo preparaban, lo hacían con amor, diversión y, sobre todo, mucha compañía.

Y cada vez que Conie olfateaba el delicioso pay, recordaba que lo mejor de todo era disfrutarlo con quienes ama.

FIN.

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