Convivencia en Armonía



Había una vez un grupo de estudiantes de secundaria que asistían a la misma escuela. Eran chicos y chicas muy diferentes entre sí, con distintos gustos, personalidades y habilidades.

Sin embargo, todos compartían algo en común: les costaba convivir pacíficamente en el aula. La profesora del curso, la señorita Laura, se dio cuenta de este problema desde el primer día.

Sabía que para lograr un ambiente adecuado para aprender y crecer juntos, era necesario establecer normas de convivencia claras y respetadas por todos. Un día, mientras pensaba cómo abordar este tema con sus alumnos, recordó una historia que solía contarle su abuelo cuando era niña. Decidió adaptarla y contarla en clase como forma de enseñanza.

"Chicos y chicas", comenzó diciendo la señorita Laura,"hoy les voy a contar una historia muy especial sobre un pueblo llamado Armonía.

"Los alumnos se sentaron atentos en sus pupitres mientras la profesora comenzaba su relato:"Hace mucho tiempo, en el pueblo de Armonía vivían personas muy amables y respetuosas entre sí. Todos se ayudaban mutuamente y disfrutaban de la compañía del otro.

Pero un día algo extraño sucedió: las personas empezaron a olvidarse de ser amables y comenzaron a discutir constantemente". Los estudiantes escuchaban con interés cada palabra que salía de los labios de su profesora. "En ese momento", continuó la señorita Laura,"llegó al pueblo una sabia mujer llamada Doña Conciencia.

Ella comprendió que lo único que podía salvar a Armonía era establecer normas de convivencia que fueran respetadas por todos". Los alumnos comenzaron a reflexionar sobre la importancia de las normas en su propia vida.

"Doña Conciencia reunió a todos los habitantes del pueblo y les explicó cómo funcionarían las nuevas normas.

Les dijo que debían tratar a los demás como les gustaría ser tratados, escuchar con atención antes de responder, pedir disculpas cuando se equivocaran y perdonar a los demás cuando ellos también se equivocaran". Los estudiantes asentían con la cabeza mientras imaginaban cómo sería vivir en un lugar así.

"Con el tiempo", continuó la señorita Laura,"las personas del pueblo comenzaron a seguir estas normas y poco a poco volvieron a encontrar la paz y armonía que habían perdido. Aprendieron que al respetarse mutuamente, podían vivir felices juntos". La clase quedó en silencio por unos momentos, hasta que uno de los alumnos levantó tímidamente la mano.

"Señorita Laura", preguntó el joven,"¿cree usted que si nosotros establecemos nuestras propias normas de convivencia, podríamos lograr lo mismo?"La profesora sonrió orgullosa y respondió:"¡Claro que sí! Ustedes tienen el poder de crear un ambiente positivo en este salón.

Si todos nos comprometemos a seguir unas reglas básicas como respetarnos, escucharnos y ayudarnos entre sí, estoy segura de que nuestra experiencia aquí será mucho más gratificante.

"A partir de ese día, los alumnos se pusieron manos a la obra para establecer sus propias normas de convivencia. Juntos, decidieron cómo querían ser tratados y cómo tratar a los demás. Poco a poco, el ambiente en el aula empezó a cambiar.

La señorita Laura observaba con alegría cómo sus alumnos aprendían que la importancia de establecer normas de convivencia radicaba en crear un espacio donde todos se sintieran respetados y valorados. Y así, día tras día, aquel grupo de estudiantes logró transformar su clase en un lugar lleno de armonía y aprendizaje.

Desde entonces, cada vez que alguien visitaba Armonía, podía sentir la magia que emanaba del pueblo gracias al respeto y la amabilidad entre sus habitantes. Y todo comenzó gracias a unas simples normas de convivencia.

FIN.

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