Cosquillas curativas
Había una vez un perro llamado Chiquito. Era largo y lanudo, con churos en su cabeza que parecían pequeñas rastas. A Chiquito le encantaba jugar y recibir caricias, especialmente cosquillas en la barriga o en el cuello.
Cada día, los niños del vecindario se acercaban a Chiquito para hacerle cosquillas y él reía felizmente mientras se retorcía de alegría. Pero cuando nadie le hacía cosquillas, el pobre Chiquito se sentía triste y desanimado.
Un día, mientras caminaba por la calle con su collar brillante, Chiquito vio unos maceteros coloridos frente a una casa. Decidió desquitarse con ellos porque estaba frustrado por no recibir las cosquillas que tanto disfrutaba.
Chiquito saltó sobre los maceteros y comenzó a morderlos y lanzarlos al aire. Los niños del vecindario lo vieron haciendo eso y quedaron sorprendidos. Se acercaron rápidamente y uno de ellos dijo: "¡Chiquito! ¿Por qué estás destrozando los maceteros? Eso no está bien".
Chiquito bajó las orejas avergonzado mientras miraba los pedazos rotos de los maceteros en el suelo.
El niño más pequeño del grupo se agachó junto a Chiquito y le acarició la cabeza diciendo: "Comprendemos que te sientas triste cuando no recibes las cosquillas que te gustan tanto, pero eso no significa que debas lastimar cosas". Los demás niños asintieron con tristeza mientras observaban cómo Chiquito comprendía su error.
Chiquito se dio cuenta de que estaba lastimando a los demás y eso no era lo correcto. Decidió cambiar su comportamiento y buscar una solución. Al día siguiente, Chiquito decidió ir a la plaza del vecindario en busca de nuevos amigos con quienes jugar y recibir todas las cosquillas que deseaba.
Se acercó a un grupo de niños que estaban jugando al fútbol y les preguntó: "¿Puedo unirme a ustedes?".
Los niños aceptaron encantados la compañía de Chiquito y comenzaron a hacerle cosquillas mientras esperaban su turno para jugar al fútbol. Chiquito saltaba emocionado, ladrando de alegría mientras disfrutaba de las risas y el cariño de sus nuevos amigos. Desde ese día, Chiquito aprendió que siempre hay una manera positiva de manejar nuestras emociones.
En lugar de desquitarse con los demás o lastimar cosas, podemos buscar alternativas saludables para expresar nuestros sentimientos. Chiquito se convirtió en el perro más feliz del vecindario porque ahora tenía muchos amigos dispuestos a hacerle cosquillas cada vez que lo necesitara.
Y cada vez que veía un macetero, recordaba el valioso aprendizaje que había obtenido gracias a sus errores pasados.
Y así, todos vivieron felices en el vecindario, donde aprender a manejar nuestras emociones se convirtió en una lección importante para todos los habitantes, grandes y pequeños por igual.
FIN.