Creer es poder
Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de verdes praderas, una niña llamada Sofía.
Sofía era una niña muy especial, pues todas las tardes, al acostarse en el suave césped de su jardín, cerraba los ojos y se dejaba llevar por su imaginación. En esas tardes mágicas, Sofía se veía a sí misma volando entre las nubes, sintiendo la fresca brisa acariciar su rostro y jugando con sus mejillas.
Soñaba con llegar hasta lo más alto del cielo y volar sin límites. Pero lo que más anhelaba era poder ir a visitar a su madre, quien vivía lejos en un lugar desconocido para ella.
Un día, mientras volaba en sus pensamientos por encima de las montañas y los ríos que rodeaban su hogar, Sofía vio a lo lejos una figura familiar. Era su madre, esperándola con los brazos abiertos y una sonrisa cálida en el rostro.
Emocionada por la visión de su madre, Sofía decidió emprender el viaje hacia ese lugar desconocido. Con valentía y determinación, se lanzó al vacío confiando en sus sueños y en la fuerza de su corazón. El camino no fue fácil.
Tuvo que sortear obstáculos y desafíos que pusieron a prueba su coraje. Pero cada vez que sentía miedo o dudas, recordaba la imagen de su madre esperándola al final del camino y eso le daba fuerzas para seguir adelante.
Finalmente, después de atravesar valles oscuros y cruzar ríos turbulentos, Sofía llegó al lugar donde se encontraba su madre. La emoción invadió sus corazones al reunirse nuevamente después de tanto tiempo separadas. "¡Mamá! ¡Estoy aquí!" -exclamó Sofía con lágrimas de felicidad en los ojos.
Su madre la abrazó con ternura y orgullo. "¡Hija mía! Has demostrado ser valiente y fuerte. Siempre he estado contigo en tus sueños.
"Sofía comprendió entonces que no importa cuán lejos estén nuestros seres queridos físicamente; siempre estarán presentes en nuestro corazón y en nuestros recuerdos más preciados. Desde ese día, Sofía siguió soñando e imaginando nuevas aventuras junto a su madre, sabiendo que juntas podrían enfrentar cualquier desafío que la vida les pusiera por delante.
Y así, entre risas y juegos bajo el cálido sol del atardecer, Sofía aprendió una importante lección: nunca debemos dejar de creer en nuestros sueños porque son ellos los que nos guían hacia aquello que realmente anhelamos en lo más profundo de nuestro ser.
FIN.