Cris, el Grinch Pequeño y su Aventura con Everest



Cris era un pequeño grinch de grandes orejas y un corazón tan verde como el de su papá. Aunque había heredado la peculiar apariencia de su padre, el pequeño tenía un gran deseo de ser amigo de todos. Su madre, Martha May, siempre le contaba que la alegría de la Navidad era algo maravilloso y que él podía ser parte de eso también.

Un día, mientras jugaba en el jardín con su perrita husky, Everest, Cris se dio cuenta de que en la colina cercana, el pueblo se preparaba para la llegada de la Navidad. Los vecinos estaban decorando sus casas, llenándolas de luces y colores, y Cris sintió un cosquilleo en su estómago.

"Everest, ¿qué te parece si hacemos algo especial este año?" - dijo Cris emocionado.

"¡Guau!" - ladró Everest, moviendo su cola de un lado a otro, como si estuviera lista para la aventura.

Cris tuvo una idea brillante. "¡Podríamos hacer un gran regalo de Navidad para todos! Algo que nadie espere. ¿Qué tal si hacemos galletitas?" - sugirió mientras miraba a Everest con entusiasmo.

"¡Guau!" - volvió a ladrar Everest, como si estuviera de acuerdo. Entonces, junto a su mamá, comenzaron a preparar deliciosas galletitas. Pero cuando estaban a punto de ponerlas en el horno, Cris se dio cuenta de que no había suficiente harina.

"¿Qué haremos ahora?" - preguntó Cris, un poco desanimado.

"No te preocupes, cariño. Siempre hay una solución. Vamos al mercado del pueblo a buscar más harina. Además, ¡puede ser divertido!" - respondió Martha May, tomando la mano de su hijo.

Así, Cris y Everest, junto a su mamá, se dirigieron al pueblo. Al llegar, Cris observó que la gente le sonreía, pero también notó que algunos lo miraban con recelo debido a su apariencia. Aún así, decidió ser valiente y sonrió a todos.

"Hola, soy Cris, el hijo del Grinch. Estoy aquí para ayudar a hacer unas galletitas de Navidad. ¿Alguien tiene harina para compartir?" - preguntó con esperanza.

Al principio, algunos se quedaron en silencio. Pero una niña se acercó, sonriendo.

"Yo tengo harina. Te ayudaré. También podemos hacer otras cosas juntos. ¿Quieres que te enseñe a hacer adornos navideños?" - dijo la niña felizmente.

Cris se sintió emocionado. "¡Claro que sí! Después de hacer las galletitas, haremos adornos. ¡Va a ser genial!"

Mientras el día avanzaba, más niños comenzaron a unirse, y Cris se dio cuenta de que podía hacer amigos fácilmente si sólo se atrevían a conocerse. Después de comprar la harina y un montón de chuches en el mercado, volvieron a casa y comenzaron a hornear.

Alrededor de la mesa, se notaba el aroma a galletas y el sonido de las risas de los niños. Everest estaba allí, feliz, moviendo su cola con entusiasmo. Pero cuando estaban a punto de terminar, un fuerte viento empezó a soplar. La ventana se abrió de golpe y muchas de las galletitas comenzaron a volar por toda la casa.

"¡No, no, no!" - gritó Cris, corriendo tras las galletitas voladoras.

"¡Cris! ¡Vamos!" - gritó Martha, intentando atrapar las galletitas.

Justo en ese momento, Everest vio una galletita volar por la ventana y la persiguió, corriendo hacia el exterior. Cris se dio cuenta y salió corriendo detrás de ella.

"¡Everest, vuelve!" - gritó Cris, pero la perrita no podía resistirse a la magia del momento.

Cris salió del jardín, y notó que las galletitas voladoras estaban aterrizando cerca de la colina. Cuando llegó, vio a un grupo de niños que estaban creciendo a su alrededor con las galletitas en la mano.

"¡Miren, galletitas!" - exclamó una niña, alzando una con alegría.

Cris se sintió un poco nervioso, pero decidió acercarse.

"¡Esas son nuestras galletitas!" - dijo con una sonrisa, sintiéndose orgulloso de su obra.

Los niños miraron a Cris, y la niña que le había ofrecido ayuda antes sonrió y dijo:

"¡Están deliciosas! Gracias por compartirlas. Nos encantaría hacer más juntos."

Cris se sintió aliviado y feliz. "Claro que sí, ¡podemos hacerlas todos juntos!" - respondió, y al fin se sintió parte de ellos.

Así, pasó la tarde haciendo galletitas y decorando adornos. La magia de la amistad y la colaboración llenó el aire. Cris se dio cuenta de que, a pesar de sus diferencias, podía conectar con los demás y hacer cosas maravillosas juntos.

Cuando la noche llegó, el pueblo se llenó de luces y risas. Cris, junto a su mamá y Everest, entregaron galletitas a todos los vecinos y todos celebraron juntos. Finalmente, el pequeño grinch comprendió que la verdadera alegría de la Navidad estaba en compartir, y en hacer nuevas amistades.

Desde ese día, Cris y su perrita Everest se convirtieron en los mejores amigos de todos en el pueblo, llenando de luz y color la Navidad de cada año.

FIN.

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