Cris y el Viaje a la Sonrisa
En un pequeño pueblo lleno de colores y risas, vivía un niño llamado Cris. Era conocido como "Cris renegón llorón" porque siempre encontraba algo de qué quejarse. Si llovía, se quejaba del barro; si hacía sol, se quejaba del calor. Los demás niños lo querían, pero siempre había un pequeño espacio vacío donde la alegría desaparecía cuando él estaba cerca.
Un día, los amigos de Cris decidieron que era hora de ayudarlo. Organizaron una aventura hacia el Bosque de la Alegría, un lugar mágico donde se decía que todo era brillo y felicidad. Cuando le invitaron, Cris respondió:
"¿Para qué voy a ir? Si siempre pasa algo que me molesta. La última vez se me llenaron los zapatos de barro y me mojé todos los pies. No, gracias."
Sus amigos, Laura y Pedro, no se rindieron. Laura le dijo:
"Cris, tal vez si venís, podamos encontrar algo especial en el bosque. Algo que te haga sonreír, como un tesoro oculto."
"¿Un tesoro? Pero no creo que eso funcione. Todo se arruina al final."
Finalmente, Cris decidió acompañarlos, aunque con un suspiro resignado. Al llegar al bosque, lo primero que hicieron fue buscar el camino hacia el legendario árbol dorado que decían que daba lo que más deseabas.
Mientras caminaban, se encontraron con un grupo de mariposas de colores vibrantes. Laura, admirada, exclamó:
"¡Mirá qué hermosas son! ¡Nunca había visto algo así!"
Cris, sin poder evitarlo, se quejó:
"Son solo mariposas, ¿y qué? Se van a ir volando y no voy a poder jugar con ellas."
"Cris, a veces la belleza está en el momento, no en lo que podamos tener."
"Pero... no puedo sentir eso."
Continuaron su camino hasta que llegaron a un río cristalino. Pedro, emocionado, propuso:
"¡Vamos a jugar! Podemos construir barquitos de hojas y dejarlos navegar."
"¿Para qué? Se va a inundar todo y se los va a llevar la corriente."
Laura, siempre optimista, contestó:
"¿Y si en vez de pensar en lo malo, pensamos en lo divertido? El río está lindo, seguro podemos reírnos un rato."
Cris decidió intentarlo. Juntos construyeron los barquitos y al principio le costó un poco, pero al ver cómo sus amigos reían y se emocionaban, empezó a disfrutar. No pudo evitar sonreír cuando el primer barco de papel flotó.
"¡Mirá, se está yendo! ¡Es genial!" dijo Cris, un poco sorprendido.
Luego continuaron su aventura y encontraron una cueva llena de piedras brillantes. Laura casi gritó de felicidad:
"¡Estos cristales son increíbles! ¡Parece un arcoíris!"
"Sí, pero son solo piedras, después vamos a tener que salir de aquí. Estoy apurado."
"Cris, ¿no ves la maravilla aquí? No todo se trata de salir rápido, a veces hay que disfrutar del momento."
Cris se quedó observando las piedras y, por primera vez, sintió un pequeño brillo en su corazón. Justo cuando estaban por salir, encontraron un viejo mapa abandonado en el suelo.
"¡Miren, un mapa de tesoro! Tal vez nos lleve hacia el árbol dorado que buscamos. ¿Se animan?" propuso Pedro.
Cris lo miró con curiosidad pero no se atrevió a emocionarse del todo.
"¿Qué tal si no encontramos nada y el mapa no sirve?" se quejó.
"Vamos a probar, Cris. Cada paso puede ser una sorpresa. A veces lo que encontramos no es lo que buscamos, pero todavía puede ser especial. ¿Te animás?"
Cris se sintió presionado. Después de un momento de incertidumbre, finalmente accedió:
"Está bien, lo intentaré. Pero no prometo nada."
Así que los tres amigos decidieron seguir el mapa. Tras varios giros, escalar un pequeño monte y cruzar un puente viejo, llegaron a un claro hermoso.
"El árbol dorado, ¡lo encontramos!" exclamaron Laura y Pedro. Pero Cris, al mirar el árbol, dijo:
"Es solo un árbol, no se ve tan especial."
Pero cuando se acercaron, el árbol empezó a brillar. Con sus hojas doradas resplandeciendo, una voz suave salió de lo alto:
"Hola, jóvenes. Han llegado hasta aquí, ¿cuál es su deseo?"
Sin pensarlo, Laura dijo:
"¡Deseo ver siempre la magia de la naturaleza!"
"¡Yo quiero que nuestros corazones siempre estén llenos de amistad!" dijo Pedro.
Cris, dudando, miró al árbol. Al final, con un susurro, decidió:
"Desearía encontrar la alegría en las pequeñas cosas."
De repente, el árbol legó una lluvia de pequeñas hojas doradas que giraban en el aire. Cris se quedó maravillado. En ese momento entendió que las pequeñas cosas a su alrededor valían la pena, que todo podía tener un lado bonito si se miraba con atención.
Regresaron al pueblo, y desde ese día, el pequeño Cris empezó a notar las risas de sus amigos, el aroma de las flores y el murmullo del viento. Dejó de lado su carácter renegón y aprendió que la vida estaba llena de sorpresas si decidía usarlas bien, poco a poco, se convirtió en el niño con más amigos y compartieron juntos la felicidad.
Cris jamás volvió a ser "Cris renegón llorón". Ahora era "Cris el aventurero" y siempre recordaba su viaje al bosque como aquel que le enseñó a encontrar la sonrisa en cada rincón, y esa fue su mayor aventura.
FIN.