Cristian y el Gran Juego Multicultural



Era un día soleado en el hermoso campo de la ciudad de Valleverde. Las flores brillaban como si fueran joyas y el aire estaba lleno de risas. Cristian, un niño de diez años con una sonrisa radiante, decidió salir a jugar al aire libre. Estaba emocionado porque esa tarde, su madre le había contado que habría un encuentro de niños de distintas naciones en el campo cercano.

Mientras corría hacia el lugar, Cristian se encontró con su amigo Mateo, que también iba a la reunión.

"¡Mateo! ¿Sabías que vendrán niños de todo el mundo?" - exclamó Cristian, lleno de alegría.

"Sí, ¡mi papá me contó que vendrán de muchos países! Quiero aprender de ellos." - respondió Mateo, manteniendo la curiosidad.

Cuando llegaron al campo, Cristian quedó asombrado. Había niños de India, Japón, Brasil y muchos otros lugares, todos jugando y riendo juntos. A su lado, había una perra llamada Lúa que corría entre todos los chicos. Cristian la acarició y le dijo:

"¡Hola, Lúa! ¿Quieres jugar con nosotros?"

Lúa movió la cola en respuesta y siguió a Cristian.

Después de algunas rondas de juegos típicos, como la rayuela y el escondite, Cristian decidió proponer una nueva actividad.

"¿Qué les parece si jugamos a un juego que se llama 'El Tesoro del Mundo'?" - sugirió Cristian.

"¿Cómo se juega?" - preguntó Ravi, un niño de India.

"Tendremos que buscar cosas en el campo, pero cada uno traerá algo especial de su país y nos contará un poco sobre eso." - explicó Cristian.

Con entusiasmo, los niños se dividieron en equipos y comenzaron a buscar. Cada grupo corría en diferentes direcciones, emocionados por el reto. Cristian y Mateo, formando equipo, encontraron una hoja azul brillante.

"Esto es como el mar de mi país" - dijo Cristian.

"¡Qué genial! En Brasil, se puede ver el mar azul en varias playas, a veces con tortugas!" - comentó Maia, una niña brasileña que había escuchado.

Mientras buscaban, Lúa trotaba entre ellos, haciéndolos reír y trayendo una sensación de alegría al juego. Sin embargo, de repente, todos se dieron cuenta de que uno de los niños, Kenji, había estado ausente un rato.

"¿Dónde está Kenji?" - preguntó Suki, una niña japonesa, con voz preocupada.

"Yo lo vi ir hacia el bosque, busquémoslo juntos." - sugirió Mateo.

Los niños, con el corazón lleno de preocupación, decidieron ir en grupo tras Kenji. Tras cruzar un pequeño arbusto, encontraron a Kenji, quien había encontrado un nido con huevos de pájaros.

"¡Miren!" - exclamó Kenji, emocionado.

"¡Es hermosísimo!" - dijo Cristian.

"¿Podemos ayudar a protegerlo?" - preguntó Suki.

"¡Sí!" - respondieron todos juntos, y decidieron hacer un círculo alrededor del nido, mientras esperaban que la madre ave volviera.

Después de un rato, la mamá pájaro llegó y se posó en el nido. Todos aplaudieron, y un silencio lleno de maravilla llenó el aire.

"Vieron, todos juntos podemos hacer algo hermoso" - dijo Cristian, mirando a sus amigos.

"¡Como un equipo multicultural!" - agregó Ravi, sonriente.

"Sigo prefiriendo el sushi, pero esto estuvo bien" - rió Kenji.

Al final de la tarde, los niños se reunieron nuevamente para compartir lo que cada uno había encontrado. Había hojas, rocas y hasta un pequeño objeto que representaba la cultura de cada país.

"Hoy aprendí que hay cosas hermosas en el mundo, y no importa de dónde venimos. Podemos ser amigos y aprender unos de otros." - concluyó Cristian.

Lúa, feliz y cansada, se sentó al lado de Cristian, mientras el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. Todos sonrieron, sabiendo que ese día, además de haber jugado, habían construido un puente de amistad que cruzaba océanos y culturas.

Y así, el campo no solo fue testigo de un gran juego, sino también de un gran entendimiento entre amigos de diferentes rincones del mundo.

FIN.

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