Cuando Daniel Aprendió a Volar
En un pequeño pueblo lleno de coloridas casas y árboles frondosos, vivía un niño llamado Daniel. Era un chico curioso y soñador que pasaba sus días explorando su alrededor y deseando que pudiera volar como los pájaros que veía en el cielo.
Un día, mientras paseaba por el parque, Daniel se encontró con un anciano que estaba sentado en un banco, observando a las aves. Intrigado, se acercó y le preguntó:
"¿Por qué te gustan tanto los pájaros?"
El anciano sonrió y le respondió:
"Porque ellos son libres, pueden ir donde quieren y ver el mundo desde las alturas. Pero, ¿sabes? No todos pueden volar, y eso está bien, porque hay otras maneras de sentir esa libertad."
Daniel se quedó pensando en esas palabras. "Quizá no necesite alas para volar" se dijo a sí mismo. Sin embargo, su deseo de volar no lo abandonó. Se le ocurrió una idea: aprender a hacer una cometa.
Emocionado, corrió hacia su casa y comenzó a buscar todo lo que necesitaría: una bolsa de plástico, algunos palitos de madera, hilo y un poco de cinta adhesiva. Con mucho esfuerzo y dedicación, logró hacer la cometa más colorida que jamás había visto.
Al día siguiente, Daniel fue al parque para probar su creación.
"¡Mirá, mamá!" gritó con esa chispa en sus ojos. Agarró la cometa y corrió por el campo, sintiendo el viento empujarla hacia el cielo.
La cometa voló alto y Daniel sintió que, en ese instante, también estaba volando.
"¡Esto es increíble!" exclamó.
"¡Sos un genio, Daniel!" lo alentó su mamá desde el banco donde estaba sentada.
Pero, mientras Daniel dejaba volar su imaginación, un viento fuerte llegó y la cometa comenzó a perder el control.
"¡Ay, no!" gritó Daniel, tratando de mantenerla en el aire. La cometa dio vueltas y finalmente se enredó en un árbol.
"Oh, no, mi cometa..." dijo, con un nudo en la garganta, sintiendo que su sueño se desmoronaba.
El anciano que había visto a Daniel desde el banco se acercó nuevamente.
"¿Qué sucede, chico?" preguntó amablemente.
"Mi cometa se enredó en el árbol, ya no puedo hacerla volar..."
"No te preocupes, eso pasa. Pero si realmente quieres que vuelva a volar, habrá que trabajar un poco más en ella. ¿Estás dispuesto a intentarlo?"
Daniel asintió con la cabeza, sintiendo que el apoyo del anciano le daba fuerzas.
Juntos, trabajaron para desenredar la cometa y repararla. El anciano le mostró cómo hacer mejoras y juntos crearon una nueva cometa aún más resistente.
"Recuerda, Daniel: volar no significa no caer. A veces, hay que levantarse y seguir intentando. Cada error es una oportunidad para aprender algo nuevo."
Después de un par de horas de esfuerzo, finalmente lograron liberar la cometa. Esta vez, Daniel estaba listo. Corrió una vez más, dejando que el viento la levantase.
"¡Mirá cómo vuela!" gritó lleno de alegría.
"¡Lo hiciste!" exclamó el anciano, aplaudiendo con entusiasmo.
Esa tarde, mientras observaba su cometa danzar en el cielo azul, Daniel comprendió que no solo había aprendido a hacer volar su creación, sino también a no rendirse.
Desde entonces, Daniel voló en su imaginación, haciéndose su propia aventura en el aire. Ya no se conformaba solo con desear volar, ahora sabía que podía hacerlo de distintas maneras a través de su creatividad y esfuerzo.
Con el tiempo, Daniel se convirtió en el niño más inventivo del pueblo, ayudando a otros niños a hacer volar sus cometas y a nunca dejar de soñar. Y siempre recordaba al anciano que le enseñó a ver la vida desde las alturas, aunque no tuviera alas.
Y así, Daniel siguió volando en su corazón, llevando consigo cada enseñanza y cada risita de los niños que soñaban en el parque.
FIN.