Daniel y el Castillo de los Sueños



Una noche clara y estrellada, en un pequeño barrio, vivía un niño llamado Daniel. Tenía cinco años y su energía no tenía límites. Todos los días, después del jardín de infantes, corría, saltaba y jugaba con sus amigos. Sin embargo, cada vez que el sol se ocultaba y la luna iluminaba el cielo, algo extraño sucedía. Daniel empezaba a tener pesadillas. Aquel terror que lo hacía despertar en llantos y nervios, lo mantenía agitado y con miedo de cerrar los ojos.

Una noche, mientras lloraba en su cama, su mamá se acercó y le dijo: "Daniel, ¿sabías que los sueños son como castillos? Podemos ser lo que queramos en ellos."

Daniel, con la cara empapada en lágrimas, la miró entre el miedo y la curiosidad. "¿Cómo, mamá?"

"Claro, los buenos sueños son castillos llenos de maravillas. Pero a veces, algunos castillos pueden asustarnos. ¿Qué te parece si esta noche intentamos construir el nuestro?"

Intrigado, Daniel se secó las lágrimas. "¿Podemos hacerlo juntos?"

"Por supuesto. Cierra los ojos y respira hondo. Imaginemos que estamos en un hermoso campo de flores."

Daniel cerró los ojos y poco a poco, las flores empezaron a aparecer en su mente. Pero, aún así, el miedo lo envolvía. "Mamá, no puedo. Tengo mucho miedo."

"Recuerda, los zapatos de los sueños son mágicos. Desde aquí podemos volar a nuestro castillo y darles forma a nuestros miedos. ¡Así se desvanecerán!"

Ambos, en un mar de imaginación, comenzaron a construir su castillo. "El castillo tendrá torres altas y un gran jardín. Allí, correremos libres. ¿Qué más le pondrías?" -preguntó su mamá.

"Un refugio para los dragones que cuidan el lugar. Y una montaña de helados. ¡Sí!" -respondió Daniel, riendo con más alegría.

Con cada risa y cada idea que compartían, el miedo de Daniel iba desapareciendo, como si estuviera pintado en colores opacos que se convertían en vibrantes.

"Mira, mamá, ya no tengo miedo. Estoy volando, ¡somos los reyes del castillo!" -dijo, lleno de emoción.

Esa noche fue diferente. Al cerrar los ojos, Daniel encontró tranquilidad en sus sueños. Cuando los miedos quisieron entrar, él les hizo frente, recordando cómo los habían transformado en dragones amistosos.

Al día siguiente, descubrientemente, Daniel se levantó feliz. Con brazos abiertos exclamó: "Mamá, anoche no lloré. Mis miedos se volvieron amigos."

La mamá sonrió. "Ves, siempre puedes convertir tus temores en algo divertido. Hasta puedes transformar lo que rompes en algo nuevo. ¿Qué te parece si hacemos una actividad de arte con esos juguetes rotos?"

Con una nueva perspectiva, Daniel se armó de un montón de piezas viejas y comenzó a crear: un monstruo de mil ojos, un robot de plástico amarillo, ¡éticos en su imaginación!"Mirá lo que hice, mamá!" -dijo con orgullo.

"¡Es una obra maestra! Siempre que veas algo roto, recuerda que la creatividad puede dar una nueva vida a todo."

Los meses pasaron y los terrores nocturnos siguieron desvaneciéndose. Gracias a su mamá y su imaginación, Daniel había aprendido a construir castillos de sueños, donde podía ser valiente y crear.

Ahora, cuando se sentaba a la mesa para crear, sabía que se enfrentaba a sus miedos, no eran monstruos, sino dragones amistosos que lo acompañaban en cada aventura. Ya no rompía solo porque sí, ahora creaba. Y cada noche, al cerrar los ojos, hacía un viaje a su mágico castillo. Porque sabía que allí, en el mundo de los sueños y la creatividad, siempre habría lugar para su valentía y para todas sus historias. Y así, Daniel vivió feliz, convirtiendo sus miedos en un bello relato por siempre.

FIN.

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