Daniel y el foso de los leones



Había una vez, en una ciudad lejana, un hombre llamado Daniel. Daniel no era un hombre común; era un hombre valiente y amable, querido por todos en su reino. Todos lo admiraban por su sabiduría y honestidad. Pero había un pequeño problema: Daniel tenía una particular forma de ver la vida, la cual no todos entendían. Algunos príncipes del reino sentían celos de su popularidad y, en un intento de deshacerse de él, tramaron un plan.

Los príncipes se reunieron para discutir cómo podrían atraparlo.

"Él siempre ayuda a los demás y la gente lo quiere mucho. ¿Cómo podemos deshacernos de él?" - dijo uno de los príncipes.

"¡Ya sé! Propondremos una ley que diga que sólo se debe adorar a los reyes y no a nadie más!" - exclamó otro.

Así fue como, hicieron que se firmara una ley. Daniel, comprometido a ser sincero y fiel a sí mismo, no dudó en seguir su corazón y, al día siguiente, siguió haciendo lo que siempre hacía: organizar comidas para los necesitados y ayudar a sus amigos.

Cuando los príncipes vieron lo que hacía, se enfurecieron e informaron al rey.

"¡Su majestad, Daniel no obedece la ley!" - dijeron con malicia.

El rey, que realmente apreciaba a Daniel, sintió un gran pesar.

"¿Qué debo hacer?" - murmuró el rey para sí.

Los príncipes insistieron en que Daniel debía ser castigado y, finalmente, el rey, a pesar de su cariño por él, se vio obligado a cumplir la ley que había promulgado.

Daniel fue llevado ante el foso de los leones. El foso era un lugar oscuro y aterrador, lleno de ecos escalofriantes. Cuando los soldados lo arrojaron, Daniel miró a su alrededor y vio a los leones, que parecían tener hambre, mostrando sus grandes garras y dientes afilados. Sin embargo, Daniel no se asustó. En lugar de eso, decidió que iba a encontrar una forma de hacer que los leones se sintieran tranquilos.

"Hola, amigos leones," - dijo Daniel con voz suave. "Sé que están hambrientos, pero creo que podemos ser amigos. Tal vez... podríamos jugar un rato juntos?"

Los leones, sorprendidos por la actitud tranquila y amistosa de Daniel, se miraron unos a otros. Uno de ellos, el más grande, rugió, pero no con furia, sino con curiosidad.

"¿Jugar?" - preguntó el león. "Nunca hemos jugado con un humano antes."

"Podemos inventar un juego!" - sugirió Daniel. "¿Qué les parece un juego de escondidas?"

Los leones, intrigados, se acercaron un poco más.

"Bien, tú cuentas y nosotros nos escondemos," - dijo el león grande.

Daniel contó hasta diez y, después de unos momentos, comenzó a buscar. Lo hizo con toda la alegría del mundo, riendo y disfrutando de aquel momento insólito. A los leones les gustó tanto que comenzaban a reír también.

Así pasaron la tarde: Daniel y los leones se convirtieron en grandes amigos. Al día siguiente, el rey, preocupado por la desaparición de Daniel, se asomó al foso.

"¿Daniel?" - gritó desde arriba, temeroso de lo que podría encontrar.

Entonces, para su asombro, vio a Daniel jugando con los leones.

"¿Qué está pasando aquí?" - preguntó el rey, sin poder creer lo que veían sus ojos.

"¡Majestad!" - exclamó Daniel emocionado. "Estos leones son realmente buenos. Solo necesitaban un poco de amistad!"

El rey se sintió aliviado y maravillado.

"Daniel, sube enseguida. Estás a salvo!"

Los príncipes, que esperaban ver a Daniel devorado por los leones, se quedaron boquiabiertos al ver lo que había sucedido. En lugar de miedo, Daniel había encontrado una forma de convivir y entender a los leones.

Desde ese día, el rey decició cambiar la ley. Los habitantes del reino aprendieron a ser más amables y a no juzgar a los demás sin conocerlos. Y Daniel, el hombre valiente, se convirtió en un símbolo de amistad y comprensión entre todos.

Y así, la historia de Daniel y los leones se contó de generación en generación, recordándonos que la valentía se encuentra en la bondad y que la amistad puede vencer cualquier adversidad.

FIN.

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