De la nada, mejores amigos



En un pequeño vecindario de Buenos Aires, había dos niños que vivían cerca pero nunca se habían hablado. Uno se llamaba Tomás y era un apasionado del fútbol. El otro, Lucía, prefería los libros y las aventuras que narraban. Un día soleado, el destino decidió unir sus caminos de la forma más inesperada.

Mientras Tomás jugaba un partido con sus amigos en la plaza, la pelota se escapó y rodó hasta caer justo a los pies de Lucía, que estaba sentada en un banco leyendo su libro favorito.

"¡Eh! Eso es mío!" - grita Tomás, corriendo hacia la pelota.

Lucía levanta la vista, sorprendida, y responde: "¿Y qué? ¡Yo no la robé!"

Tomás, algo confundido por la respuesta, decide acercarse un poco más. "No, claro, pero solo quiero que me la devuelvas. Estoy jugando con mis amigos."

Lucía lo mira fijamente y dice: "Bueno, si la quieres, tendrás que hacerme un favor primero". Tomás frunce el ceño: "¿Qué favor?"

"Cuéntame de qué trata ese juego que juegan. Yo nunca he visto un partido de fútbol en vivo. CAPAZ... me gusta y me uno algún día".

Tomás, emocionado, asiente.

"Está bien, pero antes de que te cuente, deberías probar a patear la pelota. ¡Pero no te olvides de correr rápido!"

Curiosa y sin pensarlo dos veces, Lucía se levanta y patea la pelota, que vuela hacia un árbol.

"¡Ups!" - dice, riendo.

Ambos niños empiezan a reírse y a jugar con la pelota. La amistad entre ellos parecía nacer de la nada, saltando como la pelota que se elevaba con cada toque. Desde ese día, comenzaron a verse todos los días después de la escuela.

Tomás enseñó a Lucía a jugar al fútbol y en esas tardes de juego, descubría cómo ella amaba contar historias, inventar personajes y narrar aventuras. A su vez, Lucía le empezó a leer fragmentos de sus libros y Tomás se dio cuenta de que también la lectura podía ser tan emocionante como un partido.

Sin embargo, algo inesperado ocurrió. Un día, mientras jugaban, un grupo de niños más grandes se acercó y comenzó a burlarse de ellos.

"¿Qué hacen estos dos? ¡Nunca ganarán un partido!" - dijo uno de los niños.

Tomás se sonrojó mientras Lucía se sintió incómoda.

"Deberíamos irnos, no vale la pena" - sugirió Tomás.

Pero Lucía, decidida, tomó una respiración profunda y exclamó: "No, podemos demostrarles que estamos haciendo algo que nos gusta. Además, somos un gran equipo".

Tomás la miró, sorprendido por su valentía. "¿De verdad crees eso?"

"Por supuesto. Vamos a jugar. Si ganamos o perdemos, lo importante es disfrutar".

Entonces, decidieron jugar un partido entre ellos y los chicos más grandes. Al principio, todo parecía ir en su contra, pero Lucía aprovechó sus habilidades narrativas para motivar a Tomás y mantener el ambiente alegre.

"¡Imagina que estás en una gran final!" - le decía.

Finalmente, lograron conseguir un gol y comenzaron a disfrutar del juego. Los grandes dejaron de burlarse y algunos, incluso, empezaron a reírse y a aplaudir.

Al final del partido, aunque no ganaron, se dieron cuenta de que habían disfrutado juntos como nunca antes.

Persuadidos por la experiencia, los niños más grandes se acercaron y felicitaron a Tomás y Lucía por su honestidad y valentía.

"Ustedes son realmente un buen equipo. ¿Quieren jugar con nosotros más seguido?" - preguntó uno de ellos.

Tomás y Lucía se miraron, sonriendo. "¡Claro!" - respondieron al unísono.

Desde aquel día, no solo compartieron el juego, sino también historias y aventuras. Lucía pasó a ser parte del equipo de fútbol en la plaza, y Tomás se convirtió en un gran lector. Se apoyaban mutuamente, cada uno alentando al otro a perseguir sus sueños.

Así, de la nada, se hicieron los mejores amigos y aprendieron que, a veces, las amistades más inesperadas son las más valiosas. La plaza se llenó de risas, goles, y páginas leídas, gracias a una simple pelota y una conversación sobre libros.

Fin.

FIN.

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