De obeso a maestro pitagórico


Había una vez un señor obeso llamado Tomás, que vivía en la época de Pitágoras. A Tomás le encantaban las arvejas y se las comía a todas horas del día.

Pero su amor por las arvejas lo llevó a tener un problema: engordó tanto que no podía pasar por la puerta de la escuela de misterios pitagóricos. Tomás era muy inteligente y siempre había querido estudiar en esa escuela para aprender los secretos del universo.

Pero ahora se encontraba triste y desanimado porque pensaba que nunca podría entrar debido a su sobrepeso. Un día, mientras paseaba por el mercado, Tomás vio un grupo de niños jugando con unos palos y unas piedras.

Se acercó curioso para ver qué hacían. Los niños estaban dibujando figuras geométricas en el suelo con los palos y tratando de calcular sus áreas con las piedras. - ¿Qué están haciendo? -preguntó Tomás. - Estamos aprendiendo matemáticas -respondió uno de los niños-.

Nuestro maestro nos enseña todo sobre geometría y números. Tomás quedó asombrado al ver cómo aquellos niños sabían tanto sobre matemáticas siendo tan jóvenes. Pensó que si ellos podían aprender esas cosas, él también podría hacerlo.

Así que decidió hablar con el maestro de los niños para pedirle consejo. - Maestro, yo soy un hombre muy inteligente pero no puedo entrar en la escuela pitagórica debido a mi peso -dijo Tomás-.

¿Podría usted enseñarme lo mismo que les está enseñando a estos niños? El maestro, que se llamaba Julio, aceptó encantado y empezó a darle clases de matemáticas a Tomás. Le enseñó todo lo que sabía sobre números, geometría y astronomía.

Y Tomás se convirtió en su mejor alumno. Pero un día, durante una clase de geometría, ocurrió algo inesperado.

Mientras trataba de calcular el área de un círculo con una piedra, Tomás se dio cuenta de que no estaba utilizando bien su mente. Había estado comiendo arvejas sin parar y eso le había nublado la cabeza. - Maestro -dijo Tomás-, creo que he descubierto algo importante. No puedo seguir aprendiendo si sigo comiendo tantas arvejas.

Necesito cambiar mi dieta para poder concentrarme mejor en mis estudios. Julio sonrió al ver la determinación de Tomás y le dijo:- Tienes razón, amigo mío.

La mente es como un jardín: si no la cuidamos bien, las malas hierbas crecerán y ahogarán las flores más bellas. Desde ese día en adelante, Tomás cambió su dieta por completo. Comenzó a comer frutas frescas y verduras todos los días para mantenerse saludable y concentrarse mejor en sus estudios.

Y gracias a su perseverancia y dedicación, finalmente pudo entrar en la escuela pitagórica e incluso llegó a ser uno de los maestros más respetados allí.

La historia de Tomás nos enseña una valiosa lección: nunca es tarde para aprender algo nuevo ni para cambiar nuestros hábitos dañinos por otros mejores que nos permitan alcanzar nuestras metas más altas.

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