Descubriendo nuevas culturas a través de cuentos



Había una vez un hombre llamado Ejipcio que había venido desde muy lejos para contarle a los niños de Argentina las aventuras y maravillas de su país.

Era un hombre amable y sabio, con una barba larga y blanca que hacía juego con su túnica beige. Ejipcio llegó al país en un día soleado y se dirigió directamente a la biblioteca pública más cercana.

Ahí encontró a la bibliotecaria, una mujer joven y simpática llamada Ana, que lo recibió con una sonrisa. "¡Bienvenido! ¿En qué puedo ayudarlo?" - preguntó Ana. "Hola, soy Ejipcio.

He venido desde Egipto para contarles a los niños de este país las historias más sorprendentes sobre mi tierra natal", respondió el hombre misterioso. Ana quedó fascinada por la idea y decidió organizar una actividad en la biblioteca para que Ejipcio pudiera compartir sus relatos con los niños del barrio.

El día llegó pronto, y muchos pequeños se reunieron en el salón principal de la biblioteca. Todos estaban ansiosos por escuchar las historias del visitante extranjero. Ejipcio comenzó contando acerca de las pirámides gigantes construidas hace miles de años atrás por faraones poderosos.

Los ojos de los niños se abrieron como platos asombrados ante tal relato. Luego habló sobre momias, dioses antiguos e incluso mostró algunos jeroglíficos escritos en papiros auténticos. Los chicos disfrutaron tanto escuchando sus cuentos que decidieron acompañar a Ejipcio en sus aventuras.

Así, comenzaron a explorar juntos la ciudad y descubrieron cosas nuevas que nunca habían visto antes. Un día, mientras caminaban por el parque, encontraron un enorme árbol de tres troncos entrelazados.

Ejipcio explicó que era un símbolo sagrado para los egipcios porque representaba la unión de las fuerzas naturales del universo. Los niños quedaron maravillados al escuchar esto y decidieron hacer una réplica del árbol con palitos y hojas secas.

Pero no todo fue fácil en su camino de descubrimiento. Un día, mientras paseaban por la plaza central, se toparon con un grupo de chicos mayores que se burlaban de ellos por ser diferentes. "¿Qué hace ese hombre raro vestido así?" - preguntó uno.

"¡Ja! ¡Miren esos niños tontos siguiéndolo como si fuera una especie de gurú!" - dijo otro riendo. Ejipcio intentó ignorarlos y seguir adelante con sus seguidores.

Pero los comentarios hirientes continuaron hasta que uno de los chicos del grupo decidió acercarse a ellos. "Oigan, disculpen si los molestamos", dijo tímidamente. "Es solo que nos da curiosidad lo diferente". Ejipcio sonrió amablemente y les contó sobre su cultura e historia.

Los otros chicos empezaron a interesarse también en lo que tenía para decirles y pronto estuvieron todos sentados juntos compartiendo historias sobre sus países y culturas respectivas.

Así es como Ejipcio logró conectar a través del diálogo con personas que no conocían su cultura y aprendió también de la diversidad del país que lo acogía. Finalmente, el visitante extranjero se despidió de los niños con un abrazo cálido y prometió volver algún día para contarles más historias sobre Egipto.

Los chicos sintieron una tristeza momentánea al verlo partir pero sabían que habían ganado algo mucho más importante: una nueva perspectiva sobre el mundo y la importancia de conocer otras culturas.

Desde ese día en adelante, continuaron explorando juntos las maravillas del mundo y enseñándose mutuamente cosas nuevas. Ejipcio fue un gran maestro para ellos, no solo por sus cuentos fascinantes sino también por su humildad y sabiduría. Y así vivieron felices para siempre, compartiendo aventuras e historias sin fin.

FIN.

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