Diana y la comunión solidaria



Había una vez una niña llamada Diana, que estaba muy emocionada porque se estaba preparando para hacer su primera comunión.

Todos los días, después de la escuela, se sentaba en el patio con su Biblia y rezaba con mucha devoción. Un día, mientras Diana rezaba en el patio de la escuela, sus compañeros se acercaron curiosos a preguntarle qué estaba haciendo. - ¿Qué estás leyendo, Diana? -preguntó Martín.

- Estoy leyendo la Biblia y rezando para prepararme para mi primera comunión -respondió Diana con una sonrisa. Los compañeros de Diana se quedaron sorprendidos y algunos empezaron a burlarse de ella.

Pero ella no se desanimó y les dijo:- ¿Les gustaría rezar conmigo? Es muy bonito y nos hace sentir bien por dentro. Al principio, los compañeros dudaban un poco, pero al ver la alegría y la paz que irradiaba Diana, decidieron unirse a ella en la oración.

Poco a poco, más y más niños se fueron sumando hasta que todo el patio resonaba con las voces de los niños rezando juntos.

Diana estaba feliz de poder compartir su fe con sus amigos y ver cómo poco a poco iban descubriendo el amor y la paz que viene de Dios. Los días siguientes, los compañeros de Diana esperaban ansiosos el momento de reunirse en el patio para rezar juntos y escuchar las historias que ella les contaba sobre Jesús.

Un día, mientras estaban reunidos en el patio, comenzó a soplar un viento fuerte que amenazaba con llevarse volando las páginas de la Biblia de Diana. Los niños corrieron detrás de las hojas voladoras tratando de atraparlas.

- ¡No queremos perder ninguna página! -exclamó Sofía mientras perseguía una hoja. - ¡Vamos todos juntos! -gritó Juanito. Y así, trabajando en equipo lograron recuperar todas las páginas perdidas.

Diana miraba emocionada a sus amigos colaborando unos con otros y sintió una gran alegría en su corazón al ver cómo habían aprendido a trabajar juntos gracias a la enseñanza del amor del prójimo que habían encontrado en las lecturas bíblicas.

Desde ese día, los compañeros de Diana continuaron reuniéndose en el patio para rezar juntos e incluso organizaron actividades solidarias para ayudar a quienes más lo necesitaban. La bondad y generosidad que aprendieron gracias a las enseñanzas bíblicas llenaron sus corazones de felicidad y gratitud.

Diana había logrado evangelizar no solo con palabras sino también con acciones; había sembrado semillas de amor y esperanza en los corazones de sus amigos, quienes ahora seguían su ejemplo compartiendo esa luz divina con todos los que encontraban en su camino.

Y así, gracias al espíritu infantil e inocente de Diana, el patio de la escuela se convirtió en un lugar donde florecía la fe, la amistad verdadera y la solidaridad entre todos sus habitantes.

FIN.

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