Dianelys y la Aventura en la Granja



Un soleado día de primavera, Dianelys se despertó con una gran sonrisa en su rostro. ¡Hoy sería un día especial! Sus padres le habían prometido que irían al campo de unos amigos que tenían una granja. A Dianelys le encantaban los animales, especialmente los de la granja, así que no podía esperar más para ver a sus amigos animals.

Al llegar a la granja, Dianelys saltó del auto llena de emoción.

"¡Mirá, mami! ¡Ahí está la granja!" - gritó mientras corría hacia el granero.

Sus padres la siguieron de cerca, disfrutando de su entusiasmo. Al entrar a la granja, fueron recibidos por una alegre cacofonía de sonidos: el canto de los gallos, el balido de las ovejas y el suave mugido de las vacas.

Un hombre mayor, conocido como el abuelo Pedro, salió a saludarlos.

"¡Hola, Dianelys! ¡Qué bueno verte! Vení, te voy a presentar a los animales" - dijo con una sonrisa amplia.

El abuelo Pedro guió a Dianelys hacia el corral y le presentó a cada uno de los animales. Primero conoció a la vaca Estrella, que era muy cariñosa y le encantaba que la acariciaran.

"¡Es tan grande!" - exclamó Dianelys, acercándose timidamente.

"Sí, pero tiene un corazón gigante también" - le dijo el abuelo Pedro.

Luego, conoció a las gallinas que corrían por el gallinero.

"¿Sabías que las gallinas pueden poner hasta 300 huevos al año?" - le contó el abuelo Pedro.

"¡Guau! ¡Son unas campeonas!" - respondió Dianelys con admiración.

Poco después, un fuerte cacareo hizo que Dianelys se asustara un poco.

"¿Qué fue eso?" - preguntó con curiosidad.

"Ah, eso fue Ramón, el pavo real. A veces se pone un poco celoso cuando viene gente nueva" - explicó el abuelo riendo.

Dianelys se acercó al pavo, que exhibía su hermoso plumaje. Ella no podía creer que un ave pudiera ser tan colorida. Apenas lo tocó, Ramón se puso un poco nervioso y comenzó a correr por el corral.

"¡Ven aquí, Ramón! No te asustes" - dijo la niña mientras corría detrás de él.

"No hay que correr así, Dianelys, hacelo despacito" - le enseñó el abuelo.

Después de un rato, todo se calmó y Dianelys se sentó en el pasto, exhausta pero feliz. El abuelo Pedro la miró con cariño y le preguntó:

"¿Te gustaría aprender a alimentar a los animales?"

"¡Sí, por favor!" - dijo ella emocionada.

El abuelo la llevó a donde guardaban el alimento.

"Aquí tenemos maíz para las gallinas y heno para las vacas" - explicó mientras le mostraba cada cosa.

Dianelys puso su mano en el alimento y comenzó a esparcirlo para las gallinas, que picoteaban a su alrededor felices. Luego, eligió un poco de heno y fue con Estrella. Mientras acariciaba a la vaca, sintió que era un momento mágico.

"¿Sabías que cuidar de los animales es una gran responsabilidad?" - le dijo el abuelo.

"¡Sí! Me encanta ayudar y aprender!" - respondió ella con determinación.

Al final del día, cuando el sol comenzaba a ponerse, el abuelo Pedro les preparó una riquísima merienda con tortas y dulce de leche. Mientras comía, Dianelys observaba a los animales y pensaba en lo que había aprendido.

"¡Quiero tener una granja así cuando sea grande!" - exclamó emocionada.

"Con trabajo y amor, todo es posible, Dianelys" - le respondió su papá, sonriendo orgulloso.

Justo en ese instante, un pequeño conejito salió de entre los arbustos y se acercó cautelosamente.

"¡Mirá eso! ¡Es como un sueño!" - gritó Dianelys, mientras se agachaba para verlo de cerca.

"Se llama Nuñez, a veces es un poco tímido, pero hoy está de buen humor" - dijo el abuelo.

Dianelys se quedó observando al conejito, que saltaba y jugaba en el pasto. En su corazón, sabía que había encontrado su lugar feliz, rodeada de animales y de amor.

Cuando llegó la hora de irse, Dianelys se despidió de todos los animales prometiendo volver muy pronto. Mientras se alejaba, su corazón estaba lleno de recuerdos y descubrimientos.

"Fue el mejor día de mi vida" - susurró mientras miraba por la ventana del auto.

Y así, con una sonrisa en su rostro y animales en su mente, Dianelys partió de la granja, sabiendo que la próxima aventura estaba por venir.

FIN.

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