Dino y el Bosque de los Susurros
En un hermoso y verde bosque vivía un dinosaurio llamado Dino. Era inmenso, con un largo cuello que le permitía alcanzar las hojas más tiernas en las copas de los árboles. Su cuerpo era fuerte y robusto, ideal para explorar los rincones del bosque, pero había un pequeño inconveniente: sus patas grandes y anchas hacían un ruido atronador al caminar y, además, aplastaban muchas plantitas.
Un día, mientras Dino paseaba feliz y comía hojas, se dio cuenta de que los pequeños animales del bosque se escondían cada vez que pasaba. "¿Por qué huyen todos?"-, se preguntó con tristeza. "No me quieren ver, soy demasiado grande y ruidoso",- pensó.
Decidido a cambiar eso, Dino se acercó a su amigo, el pequeño conejito llamado Bruno, quien siempre lo observaba desde lejos. "Hola, Bruno,"- dijo Dino tratando de sonar amable. "¿Por qué todos se asustan de mí? Solo quiero jugar!"-
Bruno, asomando su cabecita, respondió con voz temblorosa: "Es que, Dino, eres muy grande y haces mucho ruido, aplastas las flores y asustas a los demás. A veces, nos da miedo acercarnos a ti."-
Dino se sintió triste al oírlo. "No quería asustar a nadie. Quiero que seamos amigos"-, declaró con un susurro. Entonces, se le ocurrió una idea. ¿Y si podía ser más cuidadoso?
Al día siguiente, Dino decidió ir caminando despacio y con mucho cuidado. Se metió en el bosque, pero esta vez, evitó las zonas donde sabía que había flores y pequeños arbustos. En lugar de hacer ruido al andar, utilizó su cola para ayudar a mantener el equilibrio; si debía saltar, lo hacía con mucha suavidad.
Un grupo de pajaritos lo miraba desde una rama. "Miren, Dino está caminando diferente!"-, chirrió una pequeña ave.
Y así, el dinosaurio recorrió el campo, siempre atento a no aplastar nada. La naturaleza lo acogía con los brazos abiertos, y, sin darse cuenta, los pequeños animales comenzaron a salir de sus escondites.
"¡Qué bien que caminas, Dino!"-, exclamó Bruno. "Ahora ya no asustas tanto!"-
A medida que los días pasaban, Dino se había ganado la confianza de muchos de sus amigos. No solo Bruno dejó de esconderse, sino que otros animales también se atrevían a acercarse: pájaros, ardillas y hasta un curioso erizo.
Un día, mientras exploraban juntos, Dino tuvo otra idea. "¿Qué les parece si armamos un concurso de saltos?"- propuso entusiasmado.
"¿Tú vas a saltar, Dino?"- preguntó una ardillita riendo. "¡Eres demasiado grande!"-
"Tal vez, pero puedo hacer lo mejor que pueda y, sobre todo, no aplastar nada,"- respondió Dino con una gran sonrisa.
Se organizó el concurso, y aunque a Dino le costaba un poco saltar como los demás, su esfuerzo era admirable. Cada vez que saltaba, todos los animalitos aplaudían y reían. "¡Vamos, Dino!"- gritaban. En su primer salto, dio un pequeño brinco y tocó las ramas más bajas. Pero aunque no ganó el concurso, se divertía tanto que sentía que era el dinosaurio más feliz del mundo.
Al finalizar la jornada, todos se reunieron a contar historias y a compartir un momento especial. Dino, satisfecho, se dio cuenta de que no necesitaba ser pequeño para tener amigos. "Gracias, amigos, por dejarme ser parte de esto!"- exclamó Dino.
Desde aquel día, Dino fue conocido como Dino el amigable, el dinosaurio que aprendió a caminar despacio para que todos pudieran disfrutar del bosque sin miedo. Y así, el bosque se llenó de risas y amistad, todo gracias a un gran dinosaurio que decidió ser un poco más considerado.
Y así, Dino, el gran dinosaurio, aprendió que, aunque ser diferente puede ser un desafío, la verdadera amistad y el respeto por los demás siempre crean la magia necesaria para mantener todos felices en el bosque de los susurros.
FIN.