Don Bosco y el Tesoro de la Amistad
Era una mañana brillante en el pequeño pueblo de Villa Sonrisas. El sol iluminaba los caminos de tierra y los árboles estaban llenos de pájaros cantores. En este encantador lugar vivía Don Bosco, un niño de solo diez años. Don Bosco era conocido por su gran corazón, siempre estaba listo para ayudar a los demás. A donde iba, llevaba consigo su eterna sonrisa y una disposición inquebrantable para hacer amigos.
Una mañana, mientras jugaba en el parque con sus amigos, vio a un grupo de niños más pequeños que intentaban alcanzar una pelota que había caído en el lado del arroyo.
"¡Hola, chicos! ¿Puedo ayudarles?" - les preguntó Don Bosco con su voz alegre.
"¡Sí, por favor!" - respondieron los pequeños con cara de preocupación.
Sin dudar, Don Bosco se acercó al arroyo. Con un poco de ingenio, tomó una rama larga y logró pescar la pelota.
"¡Tomen!" - exclamó mientras les entregaba el balón, y todos los pequeños comenzaron a saltar de alegría.
Don Bosco disfrutaba viendo a sus amigos sonreír, pero ese día tenía un plan especial. Se sentó bajo el frondoso árbol en el centro del parque y comenzó a reunir a todos los niños del barrio.
"¿Qué les parece si organizamos una búsqueda del tesoro?" - propuso entusiasmadamente.
"¡Es una gran idea, Don Bosco!" - gritaron todos al unísono, llenos de emoción.
Así, todos comenzaron a preparar la búsqueda del tesoro. Hicieron un mapa, escondieron pistas por toda la plaza y, de repente, el parque se llenó de risas y gritos de alegría. Desde un rincón, observaba Don José, un anciano que vivía cerca del parque. Su casa estaba un poco descuidada, y su mirada reflejaba soledad.
"Hola, Don José! ¡Ven a jugar con nosotros!" - lo invitó Don Bosco desde el grupo de niños.
"No, muchachos, yo ya estoy muy viejo para eso..." - murmuró el anciano, sintiendo un poco de tristeza.
Pero Don Bosco no se rindió. "No importa, Don José. Siempre hay un lugar para amigos, sin importar la edad. Además, ¡nos encantaría que nos ayude a encontrar el tesoro!" - dijo con una gran sonrisa.
Con un poco de persuasión, Don José se unió al grupo. Cada pista que encontraban los llevaba a un nuevo rincón del parque. Sin embargo, cuando llegaron a la última pista, la emoción se detuvo. La pista indicaba que el tesoro estaba escondido en la parte más oscura del bosque cercano.
"¡No tengo ganas de entrar ahí!" - dijo uno de los niños, mirándose entre ellos, con cierto miedo.
"Pero hay que hacerlo juntos. ¡Yo estaré con ustedes!" - afirmó Don Bosco, llenando a todos de valor.
Siguieron el camino, y cuando llegaron al lugar indicado, vieron algo brillante entre los arbustos.
"¿Qué será?" - preguntó uno de los chicos, asomando su cabeza con curiosidad.
"¡Vamos a averiguarlo!" - se animó Don Bosco, acercándose al lugar.
Al llegar, todos quedaron sorprendidos. No era un cofre de oro, ¡sino una gran caja llena de juguetes y libros! Todos comenzaron a reír y a celebrar, incluso Don José, quien había olvidado sus penas por un momento.
"¡Este es el verdadero tesoro!" - exclamó Don Bosco, mirando a su alrededor. "No sólo son los juguetes, sino la amistad que hemos construido hoy y la alegría de compartir momentos juntos."
Desde aquel día, Don José no solo se unió a los juegos, sino que se convirtió en parte de la tradición de la búsqueda del tesoro cada año. Todos aprendieron que la verdadera riqueza está en compartir y cuidar de los demás. Y así, el pequeño Don Bosco, con su espíritu generoso y pequeño, dejó una huella de amor y amistad en todos los corazones del barrio.
A partir de ese momento, cada vez que un niño necesitaba ayuda o un amigo en quien confiar, siempre podía contar con Don Bosco, el niño que siempre sonreía y hacía brillar el rostro de los demás.
FIN.