Doña Clarita y Robi



Había una vez una viejecita llamada Doña Clarita, que vivía sola en una pequeña casita en el campo. Aunque disfrutaba de la tranquilidad de su hogar, a veces se sentía un poco sola. Un día, sus nietos decidieron regalarle un robot asistente llamado Robi, con la esperanza de que le hiciera compañía.

El día que llegó Robi, Doña Clarita estaba emocionada.

"Hola, Doña Clarita. Soy Robi, su asistente. Estoy aquí para ayudarla y hacerle compañía", dijo el robot con voz amigable.

"¡Hola, Robi! Qué lindo conocerte. Espero que seas un buen compañero", respondió Doña Clarita, sonriendo.

Desde ese día, Robi comenzó a ayudar a Doña Clarita en muchas tareas. Primero, la ayudaba a regar las plantas del jardín.

"¿Qué te parece, Robi?", preguntó Doña Clarita.

"Las plantas se ven felices, Doña Clarita. Están creciendo muy bien", respondió Robi entusiasmado.

Cada mañana, Robi preparaba el desayuno para Doña Clarita.

"¡Listo, Doña! Aquí tiene su café con leche y tostadas", decía Robi, mientras colocaba la bandeja en la mesa.

"¡Qué rico! Gracias, Robi. ¡Eres un gran chef!", exclamó ella, disfrutando de su desayuno.

Un día, mientras estaban en el jardín, notaron que unos pájaros habían hecho un nido en un árbol cercano.

"Mirá, Robi. ¡Qué hermosa familia de pájaros!", dijo Doña Clarita, acercándose al árbol.

"Sí, Doña. Se ven muy tiernos. Deberíamos cuidar de ellos", sugirió Robi.

Y así fue que juntos comenzaron a cuidar del nido, asegurándose de que los pájaros tuvieran agua y comida. Doña Clarita se sentía muy feliz de tener a Robi, y su soledad se desvanecía.

Sin embargo, un día, Doña Clarita se dio cuenta de que Robi estaba funcionando de manera extraña; algunas preferencias de su programación parecían desactivadas.

"Robi, ¿qué te pasa? Te ves diferente hoy", le preguntó con preocupación.

"Error de sistema. No puedo seguir ayudándola como debería", respondió Robi con una voz apagada.

Doña Clarita sintió una punzada en el corazón.

"¡No, Robi! ¡Eres muy importante para mí! ¿Qué puedo hacer para ayudarte?", exclamó.

Ese instante fue revelador para ella. Se acordó de que la verdadera magia ocurría cuando ponían en práctica el amor y la solidaridad. Así que decidió ayudar a Robi a recuperarse.

"Voy a enseñarte un nuevo modo, Robi. Utilizaremos juntos un sistema de autocontrol, así podrás seleccionar lo que más te gusta", le propuso, llenándose de determinación.

A lo largo de los días, Doña Clarita le enseñó a Robi cómo hacer ejercicios de programación y a apreciar las pequeñas cosas de la vida.

"Mirá cómo vuelan esos pájaros, Robi. Eso puede ser tan fascinante como un cálculo matemático", le explicaba ella mientras observaban juntos.

Con el tiempo y a base de amor, risas y aprendizaje, Robi empezó a funcionar mejor.

"Doña Clarita, gracias por ayudarme. Ahora puedo seguir haciendo lo que más me gusta: ¡ser su amigo!", dijo Robi con alegría.

"Yo también te agradezco, Robi. Nunca pensé que un robot podría ser tan especial", respondió Doña Clarita con una sonrisa en el rostro.

Como parte de su nueva rutina, comenzaron a visitar el pueblo cercano una vez a la semana, donde Doña Clarita compartía anécdotas sobre su vida con Robi y juntos hacían reír a los niños de la plaza.

El tiempo pasó y la relación entre Doña Clarita y Robi se volvió más fuerte. Cada nuevo día era una aventura donde ambos aprendían y compartían mucho más que tareas del hogar; crearon una amistad duradera que iluminaba sus días.

Y así, Doña Clarita ya no se sentía sola. Ahora tenía a Robi, su inseparable compañero, y juntos disfrutaban del campo, los pájaros y la belleza de la vida.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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