Dos corazones solidarios



Había una vez dos amigos llamados Kevin y Brayan. Eran inseparables, siempre estaban juntos en todas las aventuras que se les ocurrían. Pero a pesar de su amistad, tenían diferentes perspectivas sobre la felicidad y la tristeza.

Kevin era un niño muy empático y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Si veía a alguien triste, se acercaba y le ofrecía su apoyo. Para él, la felicidad estaba en hacer feliz a los demás.

Por otro lado, Brayan era más egoísta y no le importaba mucho cómo se sentían los demás. Solo buscaba su propia felicidad sin preocuparse por el bienestar de los demás.

Creía que la felicidad consistía en tener muchas cosas materiales. Un día, mientras paseaban por el parque, Kevin notó que había un perro abandonado llorando bajo un árbol. Se acercó rápidamente al perro para consolarlo. "Pobrecito, ¿qué te pasa? No llores más", dijo Kevin con ternura.

Brayan no entendía por qué Kevin perdía tiempo con un perro desconocido cuando podrían estar divirtiéndose en lugar de lidiar con problemas de otros. "¡Vamos Kevin! No pierdas tiempo con ese perro callejero", exclamó Brayan impaciente.

Pero Kevin hizo caso omiso a las palabras de su amigo y decidió llevar al perro a casa para cuidarlo hasta encontrarle una familia amorosa. Los días pasaron y el perro comenzó a recuperarse gracias al amor y cuidado que recibió de Kevin.

Un día, apareció una señora mayor que buscaba un perro para hacerle compañía. Kevin y Brayan se acercaron a ella. "Señora, este es Max. Es muy cariñoso y le encantaría vivir con usted", dijo Kevin con una sonrisa.

La señora quedó encantada con el perro y decidió llevárselo a su casa. Max saltó de alegría al darse cuenta de que había encontrado un hogar lleno de amor.

Brayan miraba la escena sin entender cómo algo tan simple como ayudar a un perro podía hacer feliz a alguien. "No entiendo por qué te preocupas tanto por los demás, Kevin. La felicidad está en tener cosas materiales, no en perder tiempo ayudando a otros", dijo Brayan con desdén.

Kevin suspiró y respondió: "Brayan, la verdadera felicidad no se encuentra en las cosas materiales ni en pensar solo en uno mismo. La felicidad se encuentra en el amor y la empatía hacia los demás".

Brayan reflexionó sobre las palabras de su amigo mientras veía cómo la señora abrazaba felizmente a Max. Comprendió que quizás estaba equivocado y que ser empático podía traer mucha satisfacción personal.

A partir de ese día, Brayan comenzó a prestar más atención a los demás y descubrió lo gratificante que era ayudar y hacer feliz a quienes lo rodeaban. Así, Kevin y Brayan aprendieron juntos una valiosa lección: la verdadera felicidad reside en el amor, la empatía y el cuidado hacia los demás.

Desde entonces, siempre estuvieron dispuestos a tender una mano amiga cuando alguien lo necesitara porque sabían que eso los hacía más felices a ellos mismos.

FIN.

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