Dos hermanas inserparables

Martina y Juana eran dos hermanas inseparables que vivían en un pequeño pueblo rodeado de montañas y árboles frondosos.

Todos los días se despertaban temprano para caminar juntas hacia la escuela, hablando sobre sus planes para el futuro y las aventuras que querían vivir. Un día, mientras jugaban en el patio trasero de su casa, Martina tropezó con una piedra y cayó al suelo.

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Cuando intentó levantarse, sintió un fuerte dolor en su pierna derecha, lo que la hizo llorar desconsoladamente. Juana se acercó rápidamente a ella para ayudarla a ponerse de pie pero Martina no pudo moverse por sí sola. La llevó dentro de la casa donde su madre les preguntó qué había pasado.

"Me caí mientras jugaba con Juana", dijo Martina entre sollozos. La madre examinó su pierna y descubrió que estaba rota. De inmediato llamaron al médico del pueblo quien le puso un yeso en la pierna a Martina.

"¿Qué vamos a hacer ahora?", preguntó Juana preocupada. "No te preocupes mi amor", respondió su madre sonriendo tiernamente. "Vamos a cuidar de tu hermana hasta que se recupere".

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Martina pasaba sus días sentada en una silla en la sala viendo televisión o leyendo libros mientras Juana hacía todo lo posible por mantenerla feliz y entretenida.

Le traía comida deliciosa cada vez que cocinaba algo nuevo e interesante, le contaba historias divertidas e incluso organizaba juegos para jugar juntas desde la comodidad del sofá. A medida que pasaban los días, Martina comenzó a sentirse triste y sola. Extrañaba jugar con su hermana y sus amigos en el patio trasero.

Pero Juana nunca la dejaba sola por mucho tiempo, siempre estaba ahí para animarla y contarle historias divertidas. "No te preocupes Marti, pronto estarás corriendo de nuevo", le decía Juana con una sonrisa cariñosa. Martina se sintió inspirada por la fuerza de su hermana y decidió hacer algo especial para ella.

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Con la ayuda de su madre, preparó una cena sorpresa para Juana como muestra de agradecimiento por todo lo que había hecho por ella durante su recuperación.

Cuando llegó el día de la cena sorpresa, Juana se emocionó hasta las lágrimas al ver lo que su hermana había preparado para ella. Se sintió tan feliz y orgullosa de tener una hermana tan amorosa y dedicada.

Desde ese día en adelante, las dos hermanas aprendieron el valor del cuidado mutuo y la importancia de estar juntas en los buenos y malos momentos. A partir de entonces prometieron siempre estar ahí una para la otra sin importar qué desafíos enfrentaran.

Y así fue cómo Martina y Juana continuaron viviendo felices e inseparables en su pequeño pueblo rodeado de montañas y árboles frondosos.

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