Dos Meses de Maravillas
Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de colores y risas, una bebita llamada Adriana. Con solo dos meses de vida, Adriana era la alegría de todos. Su cabecita era pequeña, sus ojos brillantes y su risa, un canto que iluminaba el día.
Un día, mientras se encontraba en su cuna mirando al techo lleno de estrellitas, conoció a su primer amigo: un pequeño y juguetón gatico llamado Misi. Misi, al oír las risitas de Adriana, asomó su cabecita entre las mantitas.
"Hola, ¿quién sos?" - preguntó Misi, sorprendido de ver a esa criatura tan feliz.
"¡Soy Adriana! Estoy aquí para descubrir el mundo", respondió ella con su dulce voz, mientras movía sus manitos emocionada.
Misi, animado por la energía de Adriana, le dijo:
"¿Te gustaría que te contara todo lo que he visto? Hay tantas cosas maravillosas para descubrir."
"¡Sí! ¡Cuéntame!" - exclamó Adriana, con sus ojitos llenos de curiosidad.
Días después, mientras su mamá la llevaba al parque, Adriana comenzó a escuchar los sonidos del mundo exterior. Las risas de los nenes, las aves cantando y el murmullo de las hojas.
"¿Escuchás eso, Misi? ¡Es música!" - dijo Adriana emocionada.
"Sí, Adriana, la música de la naturaleza. ¡Es hermosa!" - respondió el gatico, mirando a su alrededor.
Una tarde, mientras disfrutaban del sol, Adriana vio un globo rojo volar muy alto en el cielo.
"¡Mira, Misi! ¡Quiero uno de esos!" - dijo, estirando sus manitos hacia el globo.
"¡Tendrás que volar para alcanzarlo!" - refitió Misi, riendo.
Adriana cerró los ojos y comenzó a imaginar que volaba como un pájaro.
"¡Voy a volar!" - exclamó.
Misi, viendo a su amiga tan entusiasmada, también cerró los ojos y dijo:
"Yo volaré contigo!"
Y así, ambos viajaron a un mundo lleno de sueños, donde no había límites a lo que podían hacer.
Un día, durante su paseo, conocieron a una tortuga llamada Tula, que estaba atravesando el camino muy despacito.
"Hola, tortuga, ¿a dónde vas?" - preguntó Misi.
"Voy hacia el lago, me encanta nadar", respondió Tula con una voz suave.
"¿Nadar? Eso suena divertido. ¿Puedo ir con vos?" - preguntó Adriana, emocionada.
"Claro, pero primero hay que tener paciencia y avanzar despacito, como yo", le explicó Tula.
Adriana, intrigada, asintió y juntos comenzaron su camino. Sin embargo, al poco tiempo, se dieron cuenta de que el lago estaba muy lejos, y la pequeña Adriana empezó a impacientarse:
"¡Quiero llegar ya!" - exclamó con frustración.
"Tené calma, Adriana. A veces, las mejores cosas requieren un poco de tiempo" - le sugirió Tula con sabiduría.
Adriana respiró hondo, miró el cielo y sonrió.
"¡Está bien, voy a disfrutar del camino!" - dijo, mientras comenzaba a observar los hermosos árboles y a los pajaritos que pasaban volando.
Cuando finalmente llegaron al lago, Adriana sintió que había valido la pena cada paso dado. El agua era clara y brillante, reflejando el sol como si fueran pequeñas estrellitas.
"¡Es hermoso!" - gritó Adriana entusiasmada.
"Ves, todo requiere su tiempo, pero cada instante es especial" - le dijo Tula, sonriendo.
Así, todos juntos, comenzaron a jugar y disfrutar del lago, haciendo salpicaduras y riéndose a carcajadas. El tiempo voló y se dieron cuenta de que la amistad y la paciencia habían hecho que su día fuera inolvidable.
"Gracias, Tula, por enseñarme a disfrutar del viaje. ¡Eres una gran amiga!" - dijo Adriana.
"Y gracias a vos por convertir cada momento en una aventura" - respondió Tula.
Desde entonces, Adriana, Misi y Tula se convirtieron en los mejores amigos, realizando juntos mil y una travesuras por todo el pueblo. Aprendieron que la vida está llena de descubrimientos y que cada día puede ser una nueva aventura.
"¿Cuál será nuestra próxima aventura?" - preguntó Misi un día.
"Cualquiera que elijamos, porque siempre estaré lista para descubrir el mundo a tu lado" - contestó Adriana, llena de entusiasmo y amor por la vida.
Y así, con el corazón lleno de sueños, Adriana siguió creciendo, viviendo cada día como una nueva oportunidad para explorar y aprender con sus amigos.
FIN.