Doys and the Candy Ball Soccer
Había una vez un pequeño extraterrestre llamado Doys que vivía en el planeta Zorb. Aunque era feliz en su hogar, siempre había sentido curiosidad por lo desconocido más allá de las estrellas.
Un día, mientras exploraba el bosque intergaláctico de Zorb, Doys encontró una extraña puerta brillante escondida entre los árboles. Sin pensarlo dos veces, decidió abrirla y ¡zas! , se encontró transportado a otro universo lleno de colores brillantes y criaturas mágicas.
Doys quedó maravillado al ver tantas estrellas en el cielo y decidió aventurarse aún más lejos. Caminando entre montañas flotantes y ríos de lava, llegó a un planeta donde todo estaba hecho de dulces.
Había árboles de algodón de azúcar, cascadas de chocolate derretido y montañas heladas con sabor a menta. De repente, Doys escuchó risas provenientes del otro lado del planeta. Se acercó corriendo y vio a un grupo de alienígenas jugando fútbol con caramelos gigantes como pelotas.
Doys no pudo resistir la tentación e inmediatamente se unió al juego. "¡Ey chicos! ¿Puedo jugar con ustedes?"- preguntó emocionado. "¡Claro! ¡Bienvenido!"- respondieron los alienígenas con entusiasmo. Todos se divirtieron mucho jugando juntos hasta que cayó la noche.
Los alienígenas invitaron a Doys a su casa para cenar y le contaron historias sobre su planeta. Doys se dio cuenta de que, aunque eran diferentes, todos compartían la misma pasión por la diversión y la amistad.
Al día siguiente, Doys decidió continuar su aventura a través del universo. Después de despedirse de sus nuevos amigos alienígenas, volvió a explorar hasta llegar a una galaxia llena de estrellas parlantes.
Las estrellas le contaron a Doys historias sobre los secretos del universo y cómo cada uno tenía su propia historia que contar. Fascinado por las estrellas, Doys decidió quedarse un poco más y aprender todo lo que pudiera.
Pasaron días enteros mientras Doys aprendía sobre constelaciones, planetas lejanos y agujeros negros. Pero pronto comenzó a extrañar su hogar en el planeta Zorb y se dio cuenta de que era hora de regresar.
Con tristeza en su corazón pero lleno de conocimientos nuevos, Doys abrió una puerta especial que lo llevó directamente a casa. Fue recibido con abrazos cálidos por parte de sus amigos extraterrestres y les contó todas las increíbles aventuras que había tenido.
Doys entendió entonces que aunque el universo era vasto e infinito, siempre habría algo especial en su propio rincón del cosmos. Aprendió el valor del hogar y la importancia de explorar nuevas fronteras sin olvidar sus raíces.
Desde aquel día en adelante, Doys siguió siendo curioso e intrépido, pero también apreciaba cada momento en su planeta natal. Y cada vez que miraba al cielo nocturno, recordaba todas las maravillosas experiencias que había vivido en sus viajes por el universo.
Y así, Doys demostró que no importa cuán lejos vayamos en nuestras aventuras, siempre llevaremos a nuestro hogar en nuestros corazones.
FIN.