Dunia y el misterio de las estrellas



En un pequeño pueblito rodeado por montañas, donde el cielo nocturno siempre parecía más brillante que cualquier otro lugar, vivía una niña llamada Dunia. Desde que tenía memoria, su mayor placer era salir al campo por las noches, acostarse en el césped fresco y mirar las estrellas.

Una noche, mientras observaba las constelaciones, notó una estrella que parpadeaba más que las demás.

- ¿Por qué brillás tanto? – se preguntó Dunia con voz suave, deseando poder conversar con la estrella.

En ese momento, una brisa suave sopló y, sorprendentemente, la estrella habló:

- ¡Hola, Dunia! Soy Estelín, la estrella viajera.

Dunia se quedó boquiabierta.

- ¡No puedo creerlo! ¿Una estrella que habla? ¿De verdad?

- Así es – respondió Estelín con alegría. – Y por mi brillo especial, puedo ver todos los planetas de cerca. Pero necesito tu ayuda.

- ¿Ayuda? ¿Qué puedo hacer yo? – preguntó Dunia, intrigada.

- En el planeta de los Sueños, he dejado escapar un importante deseo y necesito que me ayudes a recuperarlo. Solo un corazón entero como el tuyo puede hacerlo.

Dunia miró las estrellas y pensó en todas las cosas que había deseado en su vida.

- ¡Aventura! Me encanta – exclamó.

- Entonces, ¡abramos el portal! Solo toca la tierra con tus manos y cierra los ojos.

Siguiendo las instrucciones de Estelín, Dunia hizo lo que le indicaron. En un instante, un viento fuerte la rodeó y, cuando levantó la vista, se encontró en un lugar colorido lleno de nubes suaves y criaturas amistosas.

- Bienvenida al planeta de los Sueños, Dunia – dijo Estelín, guiándola. – Tu misión es encontrar el Deseo Perdido, que ha quedado atrapado entre las nubes.

Dunia se sintió emocionada. Juntos, comenzaron a explorar el planeta. Encontraron a un pequeño ser llamado Nubecín, que estaba llorando.

- ¿Qué te pasa, Nubecín? – preguntó Dunia con ternura.

- He perdido un deseo que guardaba con cariño. Era un deseo de amistad – sollozó Nubecín.

- No te preocupes – dijo Dunia. – ¡Juntos lo encontraremos!

Así, Dunia, Estelín y Nubecín unieron fuerzas y comenzaron a buscar en las magníficas nubes. Encuentran varios deseos, pero ninguno parecía el correcto. En una pequeña cueva nublada, escucharon un eco que se semejaba a un susurro.

- Está cerca. Escuchen – dijo Estelín.

Dunia siguió el sonido y, al final del camino, encontró el Deseo Perdido resguardado por un grupo de pequeñas estrellas.

- ¡Aquí está! – gritó Dunia emocionada. – ¡Lo encontré!

- ¡Esas estrellas son guardianes del deseo! – dijo Estelín. – Debes convencerlas.

Dunia se acercó y habló con sinceridad.

- ¡Hola, estrellas! Yo solo quiero ayudar a Nubecín. La amistad es importante para todos. - ¿Me dejarían recuperar el deseo?

Las estrellas, conmovidas por la bondad de Dunia, brillaron aún más.

- Tu corazón es puro. El deseo de la amistad ahora puede volver a Nubecín – dijeron.

Y así, el deseo recuperado brilló en las manos de Dunia.

- Gracias. – dijo Nubecín, secándose las lágrimas. – Ahora puedo hacer nuevos amigos.

- ¿Volvemos a nuestra casa? – preguntó Dunia.

- Sí, por favor. – asintió Estelín.

Juntos regresaron al cielo nocturno y, en un parpadeo, Dunia se encontró de nuevo en el campo.

- Siempre que mirés las estrellas – dijo Estelín desde lo alto – recordá que la amistad tiene el poder de iluminar el mundo.

Dunia sonrió, mirando las estrellas brillantes. Nunca dejaría de soñar y, lo más importante, siempre recordaría que la verdadera fuerza está en la bondad y la amistad.

Y así, cada noche, salía al campo no solo a mirar las estrellas, sino también a recordar el deseo de ayudar a otros.

Años después, Dunia compartió su historia con los demás del pueblo, inspirando a muchos a buscar la amistad y crear un mundo más brillante, tal como las estrellas que siempre había amado.

Y en las noches, si escuchabas con atención, a veces podías oír a Estelín hablando de aventuras con nuevos amigos, recordando a todos que con un corazón valiente, podían hacer brillar el mundo.

Fin.

FIN.

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