Dy y el Viaje de los Colores



En un pequeño pueblo, vivía una niña llamada Dy. Su vida era bastante común, pero tenía un don especial: podía hablar con los colores. Cierto día, mientras caminaba por el parque, se dio cuenta de que algo extraño estaba sucediendo. Los colores alrededor de ella comenzaban a desvanecerse.

"¿Qué está pasando con los colores?" - se preguntó Dy, mirando el cielo gris y las flores pálidas.

Esa tarde, decidió seguir el camino hacia el Bosque de los Colores. Siempre había escuchado historias sobre un lugar mágico donde los colores vivían y se cuidaban unos a otros. Sin pensarlo dos veces, se adentró en el bosque.

Al llegar, Dy encontró una reunión de colores fluctuantes, todos preocupados. Las flores hablaban entre sí de la desaparición de sus tonos vivos.

"¿Por qué se están yendo nuestros colores?" - preguntó Dy, acercándose con curiosidad.

"Un ladrón de colores ha venido y se está llevando nuestra alegría", - lamentó el color Rojo con su voz fuerte.

"¿Cómo podemos detenerlo?" - preguntó Dy, sintiéndose valiente.

"Necesitamos a alguien que se atreva a enfrentarse a él y devolvernos lo que nos ha quitado", - respondió el color Azul, con una tristeza profunda.

Entonces, Dy decidió tomar la iniciativa. Junto a sus nuevos amigos, Rojo y Azul, comenzaron la búsqueda del ladrón que, según les dijeron, se escondía en la Montaña Gris, un lugar lleno de sombras y silencio.

Después de un largo camino, llegaron a la base de la montaña. Sin embargo, el ambiente era muy distinto al bosque que habían dejado atrás. Todo era gris, y Dy sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo.

"¿Cómo vamos a encontrar al ladrón en este lugar?" - murmuró, dudando de sus habilidades.

"No podemos rendirnos, Dy. Los colores son parte de quienes somos. ¡Vamos!" - animó el color Rojo.

Siguiendo un sendero estrecho, llegaron a una cueva oscura, donde un personaje misterioso se aparecía en las sombras.

"¡Alto! ¿Quiénes son ustedes?" - preguntó el ladrón, con una voz grave.

"Vamos a recuperar los colores que has robado," - dijo Dy con determinación.

"¿Colores? No sé de qué están hablando", - respondió el ladrón con desdén, aunque su mirada revelaba un atisbo de nerviosismo.

Dy notó que la cueva estaba llena de frascos de colores vivos.

"¡Esos son nuestros colores!" - exclamó, reconociendo los tonos que habían desaparecido de su hogar.

"Nunca lo conseguirán", - se burló el ladrón. Pero había algo en los ojos de Dy que parecía resplandecer.

"¿Por qué robas la alegría de los demás?" - preguntó Dy, acercándose cautelosamente. "¿Cuándo fue la última vez que disfrutaste un amanecer?"

El ladrón se quedó en silencio, mirando el suelo.

"Nunca tuve colores, sólo sombras. A veces pienso que si tengo todos estos colores, tal vez conseguiré algo de alegría..." - confesó, su voz temblando un poco.

Dy comenzó a comprender. "Los colores no son solo para poseer. Son para compartir, para traer alegría a los demás. Si compartís tu luz, también recibirás colores a cambio. ¿Qué te parece si te ayudamos a encontrar tu propio color?"

El ladrón, sorprendido por su oferta, echó un vistazo a su alrededor.

"Pero no sé qué color soy..." - dijo, sus ojos llenos de inseguridad.

"¿Quizás podrías intentar los colores que estamos devolviendo? Los colores que te llevaste son los que llevan alegría a otros, y así podrías encontrar el tuyo" - propuso el color Azul.

Después de un momento de reflexión, el ladrón asintió con la cabeza. "De acuerdo, voy a intentarlo. Tal vez sea hora de cambiar."

Así que Dy, junto con Rojo y Azul, ayudaron al ladrón a devolver los colores robados, momento en que él también comenzó a descubrir su propio color: un mándala brillante que representaba diferentes emociones. Y al ver sus propios colores, el ladrón sonrió genuinamente por primera vez.

Al regreso al bosque, todos celebraron con una fiesta de colores. Dy, Rojo, Azul y hasta el ladrón, ahora conocido como Arco, aprendieron que cada color tiene un significado especial y que la felicidad crece cuando se comparte. Juntos, llenaron el mundo de su pueblo con risas y tonos vibrantes.

"Gracias, Dy, por enseñarme el verdadero significado de los colores", - dijo Arco, quien ahora se unía al grupo.

"Y gracias a ustedes, por darme la oportunidad de descubrirme a mí mismo", - añadió, mientras todos reían y bailaban al compás del arcoíris que ahora cubría su hogar.

Así, Dy y sus amigos aprendieron que la vida se vuelve más hermosa cuando compartimos nuestras diferencias y buscamos la alegría en cada rincón del mundo.

FIN.

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