Dylan el niño que quería una estrella



Había una vez un niño llamado Dylan, que vivía en un pequeño pueblo al borde de un gran bosque. Desde que tenía memoria, había tenido un sueño: quería tener su propia estrella. En las noches despejadas, se sentaba en la azotea de su casa, miraba al cielo estrellado y susurraba:

"Algún día, tendré una estrella sólo para mí".

Un día, mientras paseaba por el bosque, Dylan se encontró con un viejo sabio que era conocido por sus historias y su enorme conocimiento. El anciano lo miró con ternura y le dijo:

"¿Qué es lo que tanto anhelas, pequeño?".

Dylan, emocionado, respondió:

"Quiero una estrella que pueda tocar y tener conmigo siempre".

El sabio sonrió, pero luego agregó:

"Las estrellas del cielo son maravillosas, pero tal vez no entiendas que se necesita un esfuerzo grande para conseguir lo que realmente deseas".

Intrigado, Dylan le pidió más información. El anciano le explicó que cada estrella en el cielo representaba un sueño y que para tenerla, debía encontrar su propia luz. Dylan volvió a casa meditando sobre lo que había escuchado y decidió que iba a comenzar su aventura.

Esa noche, mientras miraba las estrellas, Dylan siguió un consejo que le dio el anciano:

"Para alcanzar tu estrella, primero debes iluminar la vida de quienes te rodean". Entonces, pensó en cómo podía ayudar a los demás en su comunidad.

Al día siguiente, Dylan comenzó a ayudar a sus vecinos. Ayudó a la señora Rosa a llevar sus compras, a su amigo Lucas a construir una casa pequeña para su perro y a la maestra Paula a organizar libros en la biblioteca. Cada pequeño gesto hizo que se sintiera más ligero y feliz, como si una luz interior comenzara a brillar.

Sin embargo, un día, Dylan se dio cuenta de que quería realizar algo aún más grande. Quería organizar una fiesta para todos los niños del pueblo. Se puso a trabajar con entusiasmo y, con la ayuda de sus amigos, decoraron el parque, prepararon juegos y hasta pensaron en un gran banquete.

"Esto va a ser increíble, Dylan!" exclamó Lucas, mientras colgaban luces de colores.

"Sí, creo que será una noche mágica" respondió Dylan emocionado.

La noche de la fiesta llegó, y el parque parecía un verdadero sueño. Todos los niños del pueblo se reunieron y se divirtieron como nunca. Rieron, jugaron, bailaron e incluso compartieron historias bajo las estrellas.

En medio de la celebración, Dylan miró hacia el cielo y vio cómo las estrellas brillaban más que nunca. Fue en ese momento que comprendió algo importante:

"¡Miren! Las estrellas están más cerca que antes. Tal vez no las tengo en mis manos, pero siempre brillan en mi corazón.".

Al finalizar la fiesta, un niño se le acercó a Dylan y le dijo:

"Gracias por hacer esto, Dylan. Hoy fue el mejor día de todos!".

Dylan sonrió y, por fin, sintió que había encontrado su estrella. No en el cielo, sino en la alegría y en el amor compartido con sus amigos. Se dio cuenta de que la verdadera estrella siempre había estado en su interior, brillando a través de cada buena acción, cada gesto de amabilidad y la felicidad que había traído a los demás.

A partir de ese día, todos los noches, cuando se sentaba a mirar las estrellas, sabía que cada una representaba una risa compartida, un amigo ayudado o un buen momento. Dylan dejó de desear tener una estrella, porque ya había aprendido a ser una, iluminando el mundo con su bondad y su generosidad. Y así, siempre que miraba al cielo, se sentía lleno de luz y amor.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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