Edgar y el Gran Sueño de la Cancha



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía un niño llamado Edgar. Desde muy chiquito, su sueño era ser un gran basquetbolista. Su papá siempre le decía: "Edgar, si trabajás duro y creés en vos, podés lograr lo que te propongas". Cada tarde, después de la escuela, Edgar corría hacia la cancha del barrio donde practicaba junto a sus amigos.

Un día, al llegar a la cancha se encontró con un grupo de chicos que nunca había visto antes. Eran más grandes y estaban entrenando para un torneo importante. Edgar los miraba desde la distancia y una mezcla de nervios y emoción lo invadía. Se armó de valor y se acercó.

"Hola, soy Edgar, ¿puedo jugar con ustedes?" -dijo, un poco tímido.

Los chicos lo miraron de arriba abajo y uno de ellos, llamado Lucas, le respondió: "¿Jugás bien, pibe?" -Edgar, sin pensarlo dos veces, contestó-

"Sí, me encanta jugar. Vamos a intentarlo".

Así empezó su primer entrenamiento con ellos. Al principio, Edgar se sentía un poco fuera de lugar, pero con cada tiro, cada drible y cada pase, comenzó a encajar. Fue una tarde llena de risas, con un par de caídas y muchas ganas de aprender.

Días después, Lucas lo invitó a unirse al equipo, pero había un pequeño problema: para participar en la liga, necesitaban que todos los miembros del equipo tuvieran un uniforme.

"No tengo plata para un uniforme" -dijo Edgar, triste.

"No te preocupes, podemos hacer una rifa en el barrio" -propuso una de las chicas del equipo, llamada Sofía. A Edgar le pareció una idea brillante y se puso manos a la obra. Hicieron carteles, vendieron tortas y hasta organizaron una competencia de tiro al aro para recaudar dinero.

Finalmente, lograron juntar el dinero suficiente. Edgar se sintió como un verdadero campeón cuando recibió su uniforme por primera vez.

"Estamos listos para el torneo, Ed!" -exclamó Lucas, dándole una palmadita en la espalda.

La mañana del torneo llegó, y el equipo de Edgar se enfrentó a varios adversarios fuertes. En el último partido, estaban perdiendo por muchos puntos. Pero en vez de darse por vencidos, Edgar recordó las palabras de su papá y se concentró.

"¡Vamos equipo, podemos hacerlo!" -gritó, mientras alentaba a sus compañeros.

Con cada jugada, Edgar se movía como nunca antes, defendía, anotaba y asistía. Con su ingenio y esfuerzo, su equipo comenzó a remontar. Finalmente, a pocos segundos del final, el marcador estaba empatado.

"Es tu turno, Edgar" -le dijeron todos al unísono.

Edgar tomó la pelota, respiró hondo y lanzó. La pelota voló por el aire, dio dos vueltas en el aro y... ¡Entró! La multitud estalló en vítores.

"¡Lo hiciste, Edgar!" -gritó Sofía mientras todos lo abrazaban.

Después de celebrar su victoria, Edgar se dio cuenta de que no solo había conseguido un trofeo, sino también nuevos amigos, y había aprendido una gran lección: que el trabajo en equipo y la perseverancia son más importantes que cualquier marcador final.

Con una sonrisa en el rostro, miró a sus compañeros y dijo: "¡Lo logramos juntos!". Así, Edgar no solo se convirtió en un gran basquetbolista, sino en un verdadero líder, demostrando que los sueños se logran siempre que trabajemos juntos por ellos.

FIN.

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