Edgar y Sonia entre las Montañas



En un pequeño pueblo al pie de las imponentes montañas de los Andes, vivían dos amigos inseparables: Edgar, un niño curioso y aventurero, y Sonia, una niña creativa y soñadora. Cada tarde, después de la escuela, exploraban los alrededores del pueblo, pero siempre soñaban con aventurarse más allá de lo que conocían.

Un día, mientras jugaban en el bosque, escucharon un rumor en el aire. Era un canto melodioso que parecía llegar desde las montañas.

"¿Escuchaste eso, Sonia? Suena como si alguien estuviera pidiendo ayuda," dijo Edgar con ojos brillantes.

"Sí, parece que viene de la cima de la montaña. ¡Debemos ir!" respondió Sonia entusiasmada.

Sin dudarlo, decidieron emprender su aventura. Se prepararon con una mochila llena de frutas, agua y una linterna, por si se hacía de noche. Al llegar a la base de la montaña, comenzaron su ascenso, admirando las flores silvestres y escuchando el canto de los pájaros.

A medida que subían, el camino se volvía cada vez más empinado y rocoso. De repente, una nube oscura cubrió el sol, y una ráfaga de viento hizo que los árboles crujieran.

"Edgar, ¿no te parece que este clima es un poco raro?" preguntó Sonia, un poco preocupada.

"Tal vez solo sea una tormenta pasajera. Sigamos, no podemos rendirnos ahora," animó Edgar.

Mientras continuaban, encontraron un pequeño arroyo, y decidieron descansar un momento. Allí, llenaron sus botellas de agua y compartieron algunas frutas.

"¡Mirá!" exclamó Sonia, señalando un montón de piedras brillantes.

"¡Wow! Nunca había visto algo así. Quizás sean piedras mágicas que nos ayudarán a cumplir nuestro deseo de encontrar la fuente del canto," sonrió Edgar.

Después de reponerse, decidieron seguir adelante. Pero de repente, un fuerte trueno resonó en el cielo y la lluvia comenzó a caer.

"¡Rápido, tenemos que encontrar refugio!" gritó Sonia.

"¡Allá, parece haber una cueva!" respondió Edgar, señalando una entrada oscura en la montaña.

Corrieron hacia la cueva justo a tiempo. Mientras esperaban a que pasara la tormenta, comenzaron a investigar el lugar. Sonia encontró unas extrañas pinturas en las paredes de la cueva.

"¡Mirá, Edgar! Estas pinturas cuentan la historia de las montañas. Hablan de una criatura mágica que vive en lo profundo y protege la naturaleza."

"¿Crees que eso sea verdad?" preguntó Edgar, masticando un trozo de fruta.

"Claro, aquí hay mucha magia en el mundo. Tal vez el canto que escuchamos sea de esa criatura," agregó Sonia, emocionada.

La lluvia paró, y decidieron seguir explorando. Salieron de la cueva y continuaron su camino. Finalmente, llegaron a un claro, donde un arco iris brillante se extendía sobre una mini cascada.

"Es hermoso, ¿no?" susurró Sonia, maravillada.

"Sí, hay algo especial aquí. Vamos a acercarnos a la cascada," dijo Edgar.

Mientras se acercaban, vieron algo en el agua: una pequeña criatura de colores brillantes saltaba entre las piedras.

"¡Es ella! Es la criatura mágica de la que hablaban las pinturas," exclamó Edgar.

"¿Qué haremos?" preguntó Sonia, con un brillo de emoción en los ojos.

La criatura, al notar su presencia, se acercó y comenzó a cantar de nuevo. Era la melodía que habían escuchado desde el pueblo.

"¡Hola, amigos! Soy Lúmina, la guardiana de estas montañas. He estado buscando unos amigos que cuiden y valoren la naturaleza," dijo la criatura con una voz melodiosa.

Edgar y Sonia se miraron emocionados.

"¡Nosotros queremos ayudar!" dijo Edgar.

"Sí, amamos la naturaleza y queremos aprender a protegerla," agregó Sonia.

Lúmina sonrió y les contó sobre la importancia de cuidar el medio ambiente y los animales.

"Cada árbol, cada piedra y cada criatura tiene un papel importante en esta tierra. Si los protegen, también estarán cuidando de ustedes mismos," les explicó la guardiana.

Agradecidos, los amigos prometieron que al regresar a su pueblo, compartirían todo lo que habían aprendido. Lúmina les regaló un pequeño cristal brillante como recordatorio de su promesa.

"Cada vez que lo miren, recuerden la magia de la naturaleza y su valor," dijo Lúmina.

Con el corazón lleno de alegría, Edgar y Sonia emprendieron el camino de regreso. Habían encontrado algo más valioso que solo una melodía; habían descubierto su amor por la naturaleza y el compromiso de protegerla.

Al llegar a su pueblo, contaron su aventura a todos los niños, y juntos decidieron formar un grupo de cuidadores del medio ambiente. Después de todo, al cuidar de la naturaleza, no solo cuidaban el hogar de Lúmina, sino también el de todos los seres vivos que compartían el planeta.

"Hoy conocimos a una amiga mágica, y aprender sobre la naturaleza nos unió más," dijo Sonia.

"¡Y siempre habrá magia cuando cuidamos lo que amamos!" concluyó Edgar con gran entusiasmo.

Desde entonces, Edgar y Sonia, junto a sus amigos, siempre tuvieron un espacio unificado para cuidar el mundo que los rodeaba, aprendiendo y creciendo juntos en armonía con la naturaleza.

FIN.

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