Eirene y su cometa misteriosa



Era un día soleado en el que la brisa suave acariciaba el rostro de Eirene. La niña había pasado horas en el parque con su hermoso cometa de color rosa y púrpura, adornado con detalles que semejaban alas de mariposa. Se había convertido en su compañera de aventuras y deslizaba por el cielo como un sueño. Sin embargo, mientras corría con una sonrisa, un fuerte soplido del viento hizo que perdiera la concentración y, en un instante, el hilo de la cometa se le escurrió entre los dedos.

"¡Nooo!" -gritó Eirene, viendo cómo su querida cometa se alejaba, flotando cada vez más alto, hasta perderse de vista.

Eirene se quedó de pie, con los ojos llenos de lágrimas. A pesar de los intentos de su madre por consolarla, la niña no podía dejar de pensar en su cometa. ¿Dónde estaría? ¿Quién la habría encontrado?

Mientras tanto, en la playa, un señor de barba canosa y sombrero de paja recogía conchas cuando algo llamó su atención en la arena. Se trataba de la hermosa cometa de Eirene.

"¿Qué cosa tan linda, eh?" -murmuró el señor, mientras la examinaba con curiosidad.

"¿Y si la llevo a bailar junto a las olas?" -se preguntó, sonriendo mientras se imaginaba la cometa volando de nuevo.

Decidido, ató el hilo de la cometa a un palo y comenzó a caminar por la playa, sintiéndose como un niño otra vez. Pero en su corazón, sabía que esa hermosa cometa le pertenecía a alguien.

Cuando llegó a su casa, el abuelo de Eirene, que siempre tenía una historia divertida que contar, decidió dar un paseo por la playa. Mientras paseaba, se encontró con el señor y su cometa.

"¡Epa! Mira qué cometa tan hermosa, amigo. Es de una niña que vive en el parque de enfrente" -dijo el abuelo, luciendo una sonrisa que mostraba sus dientes desparejos.

"Yo la encontré en la playa. No he podido resistirme a llevarla de paseo. Pero creo que debería volver a su dueña" -respondió el hombre, con un tono de respeto.

Así fue como, juntos, decidieron visitar a Eirene. Al llegar a la casa de la niña, el abuelo la llamó:

"¡Eirene! Ven un momento, tengo una sorpresa para vos".

Eirene corrió hacia la puerta, sin saber que su corazón latía con emoción. Cuando vio a su abuelo junto al misterioso señor, su tristeza se disipó como el humo.

"¡Mi cometa!" -gritó Eirene, mientras corría hacia el hombre que sostenía con orgullo su mariposa de papel.

"Aquí tienes, querida, la encontré en la playa. Nunca quise que estuviera lejos de vos" -dijo el señor con una sonrisa amable.

Eirene, radiante de alegría, recuperó su cometa y miró a su abuelo"¡Gracias, abuelo! No sé qué haría sin ustedes."

El abuelo le sonrió y le preguntó:

"¿Sabes qué aprendí hoy, Eirene? A veces, la vida nos lleva a momentos inesperados, y aunque parece que se pierde algo valioso, siempre hay una manera de recuperarlo, si pedimos ayuda y compartimos la alegría con los demás."

Eirene asintió, comprendiendo que su cometa se había convertido en el nexo entre desconocidos, y que lo más importante era el cariño que había acompasado ese viaje. Desde ese día, cada vez que izaba su cometa al viento, la niña recordaba que las malas rachas pueden llevar a nuevas amistades y aventuras.

"¡Vamos a volar!" -exclamó Eirene, y juntos se dirigieron al parque, dejando que el viento danzara con su mariposa de papel en el cielo, iluminando el día con risas y sonrisas.

FIN.

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