El Abrazo de Carmen y Mateo



Había una vez, en un pequeño barrio de Buenos Aires, una madre llamada Carmen que amaba a su hijo Mateo más que a nada en el mundo. Todos los días, Carmen se despertaba temprano, a las seis de la mañana, para prepararle el desayuno a Mateo y llevarlo a la escuela. Después de dejarlo, se iba corriendo a su trabajo en una fábrica de juguetes.

Carmen trabajaba muchas horas, a veces incluso en fines de semana, para que Mateo tuviera todo lo que necesitaba: alimentos deliciosos, ropa nueva y, sobre todo, la mejor educación. "Quiero que estudies mucho y seas feliz, Mateo", le decía mientras le acariciaba el cabello.

Pero con el tiempo, el pequeño Mateo comenzó a sentir que su madre estaba demasiado ocupada. Un día, mientras jugueteaba en el patio de la escuela, vio a otros chicos siendo abrazados por sus mamás durante el recreo. Fue entonces que Mateo se sintió un poco triste y le murmuró a su amigo Tomás:

"No entiendo por qué mi mamá nunca puede estar aquí para darme un abrazo como las demás mamás".

Tomás le respondió:

"¡Pero tu mamá trabaja duro para que tengas todo!"

Mateo no estaba convencido.

El fin de semana, cuando llegó la hora de la cena, Carmen se sentó a la mesa con Mateo. Estaba cansada, pero siempre intentaba hacer lo mejor por su hijo. Mientras disfrutaban de una rica comida, Mateo decidió hablar.

"Mamá, a veces siento que no estás aquí. Me gustaría que tuvieras más tiempo para mí".

Carmen lo miró con los ojos llenos de amor y entendió lo que su hijo sentía.

"Mateo, trabajo tanto porque quiero que tengas una buena vida. Pero eso no significa que no te ame. La próxima semana, voy a tener un día libre. ¿Qué te gustaría hacer?"

Mateo sonrió.

"¡Quiero ir al parque y jugar juntos!"

La semana pasó rápidamente, y el tan esperado día llegó. El día libre de Carmen era cálido y soleado. Madre e hijo se fueron al parque y Mateo estaba emocionado. Jugaron en el tobogán, armaron castillos en la arena y, por supuesto, disfrutaron de un delicioso helado.

Mientras se sentaban bajo un árbol, Mateo miró a su mamá a los ojos y dijo:

"Mamá, gracias por este día. Hoy me di cuenta de que aunque trabajes mucho, siempre estás en mi corazón".

Carmen sonrió, sintiéndose feliz y agradecida.

"Y yo siempre guardaré un espacio especial para nuestras aventuras, Mateo. No importa lo ocupada que esté, tú siempre serás mi prioridad".

Cuando el día terminó, Carmen llevó a Mateo a su casa, donde el niño estaba lleno de alegría. Era hora de dormir, y Mateo, después de un día tan divertido, se acomodó bajo las sábanas y cerró los ojos. Carmen se sentó en su cama y le susurró al oído:

"Te amo, Mateo. Nunca lo olvides".

"Yo también te amo, mamá" respondió Mateo emocionado.

Esa noche, Mateo soñó con todos los momentos mágicos que compartirían en el futuro. Sabía que aunque su madre trabajaba mucho, siempre habría tiempo para esos abrazos enormes y esos días de diversión juntos.

Al día siguiente, cuando llegó el momento de ir a la escuela, Mateo corrió hacia su madre y le dio un abrazo fuerte, fuerte.

"¡Gracias por ser la mejor mamá del mundo!"

Carmen lo abrazó con cariño y le dijo:

"Y tú eres el mejor hijo que podría desear. Cada abrazo es un recordatorio del amor que compartimos".

Desde entonces, cada vez que Mateo se sentía un poco triste por la ausencia de su mamá, pensaba en el gran abrazo que se darían y todo lo que vendría después.

Y así, Carmen y Mateo aprendieron que el amor puede manifestarse de muchas maneras, incluso cuando la vida es un poco ajetreada. Siempre habría un tiempo para compartir un abrazo enorme y recordar cuánto se querían.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!