El Abrazo de la Amistad
Era un soleado día en Buenos Aires y una gran mariposa revoloteaba entre las flores del jardín de la ONG donde trabajaba Ricardo. Ricardo era un joven apasionado por ayudar a los demás, siempre tenía una sonrisa en el rostro y buscaba la forma de hacer sentir bien a los jóvenes que visitaban el lugar.
Una tarde, mientras organizaba una actividad para las adolescentes que asistían, conoció a Valentina, una chica de 12 años con una curiosidad inagotable y ojos brillantes.
"Hola, soy Ricardo. ¿Te gustaría hacer una manualidad con nosotras?" le preguntó mientras señalaba la mesa llena de papeles de colores y pegatinas.
Valentina sonrió tímidamente y aceptó la invitación. Mientras trabajaban en sus proyectos, Ricardo fomentaba un ambiente de confianza. Sin embargo, al momento de despedirse, Ricardo se inclinó y abrazó a Valentina un poco más de lo que había hecho con las demás chicas.
"¡Qué lindo abrazo, Ricardo!" exclamó Valentina, pero algo en su voz sonó como una pregunta.
A medida que pasaban los días, Valentina comenzó a notar que esa manera de abrazarla no era la misma que la que recibían sus amigas. Aunque Ricardo siempre hablaba de cuidar a todos y fomentar la amistad, ese abrazo la hizo sentir un poco incómoda. Así que un día, decidió hablar con su madre.
"Mamá, hoy Ricardo me abrazó de una forma rarísima. Siento que a mí me abraza diferente. ¿Está bien?"
Su madre, con la preocupación brillando en sus ojos, la escuchó atentamente.
"Es muy importante que siempre te sientas cómoda, Valen. Si algo te hace sentir incómoda, tienes todo el derecho de decírselo".
Con el respaldo de su madre, Valentina decidió enfrentar la situación. Se armó de valor y una tarde, cuando se encontraban en la ONG, se acercó a Ricardo.
"Ricardo, ¿puedo hablar con vos?"
"¡Claro, Valentina! ¿Qué pasa?"
"Sobre los abrazos… yo creo que no me gusta tanto. A veces me siento un poco incómoda". La voz de Valentina temblaba.
Ricardo se quedó en silencio un momento. Después de reflexionar, dijo:
"Valentina, lamento que te sientas así. Nunca fue mi intención hacerte sentir incómoda. Siempre quiero que todos se sientan felices aquí, pero entiendo que hay formas de mostrar cariño que pueden no gustar a todos. Gracias por decírmelo".
Desde ese día, Ricardo fue más consciente de las maneras en que interactuaba con las chicas de la ONG. Comenzó a preguntarles cómo preferían saludarse, y aprendió que cada uno tiene su propio espacio personal.
Valentina, al sentirse escuchada, se sintió una heroína. Con el apoyo de su madre y la valentía que había mostrado, pudo ayudar a otros a sentirse más cómodos también.
Las actividades continuaron, llenas de risas y mucho más respeto. Ricardo enseñó a todas a expresar sus límites de forma amigable. Al final de cada encuentro, en lugar de abrazos, crearon una nueva forma de saludo: un choque de manos seguido de una sonrisa. Todos aplaudieron la idea, y la alegría llenó el aire.
Valentina no solo aprendió a hablar sobre lo que siente, sino que también se dio cuenta de que puede aportar al bienestar de los demás, y que su voz importa. A partir de ese momento, la ONG se convirtió en un lugar más seguro y feliz para todas las chicas que asistían.
Y así, bajo el calor del sol y el vuelo de las mariposas, crearon lazos reales de amistad basados en el respeto y la comunicación.
FIN.