El abrazo de las letras



Mateo vivía en una casa de campo junto a sus padres y su abuelita, quien era muy sabia y cariñosa. Un día soleado, Mateo decidió contarle a su abuela sobre su dificultad para leer.

"-Abuelita, ¿por qué las letras se mueven cuando intento leer un libro? No entiendo nada y me frustra mucho", le confesó Mateo con tristeza.

La abuela, con una sonrisa cálida en el rostro, acarició la cabeza de Mateo y le dijo: "-No te preocupes, querido Mateo. Puede que tengas dislexia, pero eso no significa que no puedas aprender a leer. Hay formas de trabajar con ella y mejorar tu habilidad". Los ojos de Mateo se iluminaron al escuchar las palabras de su abuela.

Ella le explicó que la dislexia era solo una pequeña dificultad que podía superar con paciencia y práctica.

Le propuso realizar ejercicios especiales juntos para fortalecer su mente y ayudarlo a enfocarse en las letras sin que estas bailaran. Así comenzaron los días de entrenamiento entre Mateo y su abuela. Realizaban juegos divertidos donde debían identificar letras rápidamente o inventar historias juntos para estimular la imaginación de Mateo.

Poco a poco, las letras dejaron de moverse tanto cuando intentaba leer. Un día, mientras paseaban por el pueblo, vieron un cartel anunciando un concurso de lectura para niños.

Mateo sintió emoción al pensar en participar, pero también algo de miedo por si las letras volvían a bailar frente a todos. "-Abuelita, ¿crees que debería inscribirme en el concurso? Tengo miedo de equivocarme delante de tanta gente", expresó Mateo inseguro.

La abuela lo miró con ternura y le dijo: "-Querido Mateo, recuerda que lo importante es hacer tu mejor esfuerzo. No importa si cometes errores; lo valiente es intentarlo". Animado por las palabras sabias de su abuela, Mateo decidió inscribirse en el concurso.

Se preparó practicando cada día junto a ella hasta sentirse más seguro con las letras. Llegado el día del evento, estaba nervioso pero decidido a dar lo mejor de sí mismo.

Cuando llegó su turno de subir al escenario y leer un pasaje frente al público expectante, algunas letras parecían querer moverse nuevamente. Sin embargo, esta vez Mateo recordó los consejos de su abuela y respiró hondo antes de comenzar.

Con concentración y valentía, empezó a leer lentamente al principio; pero conforme avanzaba en el texto ganaba confianza hasta que las letras dejaron finalmente de danzar ante sus ojos. Al terminar su lectura, fue recibido por aplausos emocionados del público y una sonrisa radiante en el rostro orgulloso de su abuela.

"-¡Lo lograste! Estoy tan orgullosa de ti", exclamó la abuela emocionada mientras lo estrechaba entre sus brazos.

Desde ese día en adelante, Mateo siguió practicando la lectura cada día con amor y dedicación; siempre recordando que cualquier dificultad podía ser superada con esfuerzo y apoyo mutuo como el brindado por su maravillosa abuela.

FIN.

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