El abrazo más grande del mundo
Sofía era una niña muy pequeña que le encantaba abrazar a su papá. Decía que sus abrazos eran como nubes esponjosas que la hacían sentir segura y feliz. Un día, mientras jugaban en el parque, Sofía miró a su papá con sus ojos brillantes y le preguntó:
- ¡Papá! ¿Puedes hacer un abrazo tan grande que llegue hasta la luna?
El papá se rió y le explicó:
- Bueno, Sofía, abrazar hasta la luna es un poco complicado, pero puedo intentar hacer el abrazo más grande que existe.
Sofía se emocionó y le dijo:
- ¡Sí! ¡Vamos a intentarlo!
Entonces, su papá se sentó en el césped y Sofía se acomodó a su lado. El papá extendió sus brazos lo más que pudo, y Sofía hizo lo mismo. Juntos, formaron una enorme figura de abrazo, pero a Sofía no le pareció suficiente.
- No, papá, eso no es suficiente. Necesitamos más alegría para que el abrazo llegue a la luna.
El papá sonrió, sintiendo que la idea era magnífica. Entonces, comenzó a contarle sobre todos los momentos felices que habían compartido:
- Recuerdas cuando fuimos a la playa y construimos ese gran castillo de arena, ¿verdad?
Sofía asintió con vigor.
- ¡Exacto! Eso fue muy divertido. También cuando aprendimos a andar en bici juntos.
- ¡Sí! Me caí un par de veces, pero tú siempre estuviste ahí para ayudarme. ¡Eso me hace sentir muy querida!
El padre añadió:
- ¡Y esas tardes de lluvia, cuando hacíamos manualidades y tomábamos chocolate caliente! Eso también suma a nuestro abrazo.
Sofía comenzó a reírse y a saltar de alegría.
- Entonces, si recordamos esos momentos felices, nuestro abrazo crecerá aún más, ¿verdad?
El papá asentía con la cabeza, y juntos empezaron a imaginar situaciones alegres y emocionantes. De repente, el viento comenzó a soplar, y Sofía se dio cuenta de que sus brazos se sentían más livianos, como si la alegría los estuviera elevando.
- ¡Mirá, papá! ¡Nuestro abrazo se está haciendo enorme!
En ese momento, decidió sumar algo más. Corrió hacia un grupo de niños que estaban jugando y les invitó:
- ¡Vengan chicos! Estamos haciendo el abrazo más grande del mundo, ¡ayúdennos!
Los niños se acercaron curiosos y comenzaron a abrazar a Sofía y a su papá. El padre, sonriendo, les explicaba:
- Cada uno de ustedes suma felicidad a este abrazo. Cuanto más amiguitos esté, ¡más grande será!
Bailaron y se rieron, creando una cadena de abrazos que se extendía por todo el parque. La risa y la alegría resonaban como una melodía que llenaba el aire, haciendo que todos se sintieran parte de algo especial.
Sin embargo, en medio de la diversión, apareció una niña que parecía muy triste. Se sentaba sola en un banco, con la cabeza baja. Sofía, con su corazón lleno de generosidad, corrió hacia ella.
- ¿Por qué estás triste? ¡Estamos haciendo el abrazo más grande del mundo y necesitamos más amigos!
La niña levantó la mirada y sus ojos se iluminaron un poco.
- Es que no tengo ganas de jugar.
- ¡Pero un abrazo siempre anima! Vení, te invito a que te unas a nosotros.
La niña dudó un momento, pero Sofía le tendió su mano con una gran sonrisa. Sin pensarlo dos veces, la niña se acercó, se unió al grupo y, cuando la abrazaron, su tristeza comenzó a desvanecerse.
- ¡Un abrazo de muchos amigos es mucho mejor! - dijo la niña, mientras una sonrisa asomaba en su rostro.
Y así, el grupo de niños gritó llenos de alegría:
- ¡Nuestro abrazo es cada vez más grande!
Finalmente, Sofía y su papá miraron alrededor. El abrazo se sintió más grande que nunca. La felicidad se convirtió en una luz que parecía brillar en todo el parque. Sofía, con el corazón rebosante, exclamó:
- ¡Papá! ¡Nuestro abrazo sí llegó hasta la luna!
- Sí, Sofía, porque no se trata solo de los brazos, sino del amor que compartimos y de las risas que llenan nuestros corazones.
Así, Sofía aprendió que los abrazos más grandes no siempre requieren mucho espacio, sino mucho amor y amistad. Y desde ese día, siempre que se sentía un poco triste, recordaba que la felicidad se comparte y que un abrazo es una invitación a la alegría.
Sofía y su papá continuaron abrazándose, celebrando cada momento, y cada vez que encontraban a un nuevo amigo triste, sabían que un abrazo podía hacer maravillas.
FIN.