El abrazo que unió al corazón



En un pequeño barrio con casas coloridas, vivían tres hermanos: Sofía, Juan y el pequeño Lobito. Sofía, la mayor, tenía 17 años, Juan tenía 14 y Lobito, con solo 6 años, era un torbellino de energía y cariño. Sin embargo, había algo que los separaba: Lobito era diferente. Tenía grandes orejas que se movían cuando estaba emocionado, y siempre quería abrazar a sus hermanos y tomarles fotografías, pero ellos no estaban de acuerdo.

Sofía siempre decía:

"¡Ay, Lobito! No estés molestando, tengo cosas más importantes que hacer."

Y Juan, al ver a su hermano acercándose a él con la cámara, respondía con desdén:

"No, Lobito, ¡dejame en paz! Nadie quiere ser fotografiado por un nene."

Lobito se sentía triste y solo. Cada vez que intentaba acercarse a ellos, sus hermanos se apartaban, lo que le dolía profundamente. Su mamá, al ver cómo sufría su pequeño, decidió tener una charla con Sofía y Juan.

"Chicos, ¿por qué no tienen más paciencia con Lobito? A él le encanta mostrar su amor y afecto."

Sofía, aún molesta, se cruzó de brazos y dijo:

"Mamá, es que a veces es demasiado. Solo quiero un poco de espacio."

"Yo solo quiero jugar mis videojuegos, no hugos y fotos todo el tiempo", agregó Juan con un gesto de fastidio.

La mamá suspiró y les explicó:

"Pero piensen en cómo se siente él. Si no le muestran un poco de amor y atención, ¿qué pasará cuando crezca? A veces, basta con un abrazo o un momento de escucha para hacer la diferencia."

Sofía y Juan se miraron entre sí, pero no dijeron nada. Lobito los observaba desde la puerta, esperando que lo invitaran a unirse. Ese día, su mamá tuvo una idea brillante.

"Voy a organizar un día de actividades familiares. Será un tiempo especial para que todos puedan compartir juntos. ¿Qué les parece?"

Juan, entusiasmado por la idea, exclamó:

"¡Sí! Podríamos jugar a algo divertido. Y, ¿por qué no le damos una oportunidad a Lobito?"

Sofía, aunque dudando, asintió. Así, su madre estableció un día lleno de juegos, risas y una pista de baile improvisada en el jardín. Lobito, emocionado, eligió un juego de mesa que requería trabajar en equipo. En un principio, Sofía se mostró indiferente.

"No sé si me gusta eso, Lobito."

Pero luego, con un par de intentos fallidos y unos buenos momentos de risa, su actitud comenzó a cambiar. Juan, al ver lo feliz que estaba su hermano, decidió unirse:

"Está bien, juguemos a esto. ¡Pero solo por un rato!"

Cuando el juego terminó, Lobito se puso de pie y sacó su cámara:

"¿Puedo tomar una foto de todos juntos?"

Sofía se rió y dijo:

"De acuerdo, pero solo si sonríen."

Todos sonrieron, y mientras la cámara capturaba el momento, Lobito se sintió más que feliz; se sintió querido. A medida que la jornada avanzaba, los lazos entre ellos se fortalecieron, y Sofía y Juan empezaron a darse cuenta de que Lobito solo buscaba compartir su felicidad.

Al caer la tarde, bajo el amarillo de la luz del sol, Sofía se inclinó hacia su hermano y le dio un abrazo sincero:

"La verdad, Lobito, me alegra que hayas querido hacer esto hoy. A veces, sólo necesitaba recordar que sos un buen hermano."

Y Juan, secándose una lágrima de risa, añadió:

"Sí, flaco. ¡Nunca dejes de ser vos mismo!"

Desde ese día, Lobito no solo recibió el cariño de sus hermanos, sino también aprendió que ser diferente era algo valioso y digno de celebración. Sofía y Juan aprendieron a tener paciencia y a apreciar el cariño de su hermano menor. Juntos, ya no eran solo hermanos, ahora eran verdaderos amigos que compartían risas, abrazos y un montón de fotos.

Y así, el pequeño Lobito triunfó, demostrando que el amor y la aceptación son el mejor puente para unir corazones.

Fin.

FIN.

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