El agricultor y su gran cosecha
En un hermoso pueblo llamado Solaz, rodeado de vastos desiertos y algunas montañas, vivía un agricultor llamado Don Pedro. Don Pedro tenía un sueño: cultivar la tierra árida del pueblo y cosechar frutos que llenaran de alegría a todos sus vecinos.
Cada mañana, Don Pedro se despertaba al sonido de las risas de los niños que jugaban en la plaza del pueblo.
"¡Buenos días, Don Pedro!" - le decían los chicos mientras corrían tras una pelota.
"¡Buenos días, pequeños!" - respondía él con una gran sonrisa.
Desde hacía años, el pueblo había sufrido sequías y la tierra se había vuelto tan seca como el desierto. Sin embargo, Don Pedro no se desanimaba y se prometió a sí mismo que haría todo lo posible para que su sueño se hiciera realidad.
Una mañana, mientras trabajaba en su pequeño campo, decidió que debía buscar ayuda. Así que organizó una reunión en la plaza.
"Queridos vecinos, sé que la tierra está seca, pero yo creo que, si nos unimos, podremos encontrar una solución. ¡Necesito que todos me ayuden a crear un sistema de riego!"
Los vecinos, aunque escépticos, fueron a escuchar lo que Don Pedro tenía para contar.
"Podríamos cavar zanjas y recoger agua de la lluvia, crear pequeñas acequias, o hasta ver si podemos traer agua del arroyo cercano" - sugirió Don Pedro con esperanza.
Algunos murmuraron entre ellos.
"Pero el arroyo está lejos y no tenemos suficiente gente para hacerlo." - dijo doña Rosa, una anciana del pueblo.
"Es cierto, pero si todos aportamos un poco de esfuerzo, podremos hacer algo grande. Todos queremos ver frutos en nuestras mesas, ¿no?" - respondió Don Pedro con determinación.
Finalmente, tras mucho debate, la comunidad decidió apoyarlo. Así que comenzaron a trabajar en el proyecto.
Armados con palas y mucha energía, fueron días de sol radiante y risas en el aire. Los niños jugaban cerca y ayudaban a llenar cubos de agua, mientras Don Pedro mostraba a los adultos cómo hacer los canales de riego.
Sin embargo, la alegría no duró mucho. Un día, mientras estaban cavando, un grupo de viajeros llegó al pueblo.
"¡Por favor, ayúdennos!" - gritó uno de ellos.
"¡Nos hemos perdido y necesitamos agua!" - añadió otro con voz entrecortada.
Los vecinos se miraron entre sí, preocupados.
"No tenemos mucha agua, pero podemos ayudarles con lo que tenemos" - dijo Don Pedro generosamente.
Decidieron llevar a los viajeros a la casa de doña Rosa, que tenía unos cuantos bidones llenos. La anciana aceptó con el corazón abierto.
Los viajeros agradecieron el gesto y mientras se reponían, comenzaron a contar historias de tierras lejanas donde el agua era abundante.
"En nuestro hogar, todos colaboramos y recogemos el agua de la lluvia en tanques" - relató uno de ellos.
"¿Tanques?" - preguntó Don Pedro, intrigado.
"Sí, tanques grandes donde almacenamos el agua y la utilizamos para riego y para beber. Podrían hacer algo similar aquí."
Después de que los viajeros se recuperaron, Don Pedro se sintió inspirado por su historia.
"Tal vez podamos construir tanques de almacenamiento de agua. Juntos, podríamos hacerlo como un pueblo. ¡Es nuestra oportunidad!" - exclamó.
Los vecinos se entusiasmaron y comenzaron a diseñar el sistema de tanques. Juntos, recolectaron materiales y trabajaron sin parar.
Por fin, tres meses después, todo estuvo listo. Habían construido varios tanques y un sistema de recolección de agua de lluvia.
Cuando llegó la primera tormenta, todos estaban emocionados. Miraban los tanques llenarse, y la esperanza renació en sus corazones.
Entonces llegó la parte más emocionante: sembrar. Don Pedro y los vecinos fueron al campo, llenaron la tierra con semillas y regaron con el agua que tanto esfuerzo les había costado recolectar.
Poco a poco, las plantas comenzaron a emerger del suelo.
"Miren, ahí está una planta de tomate!" - gritó uno de los niños, señalando con los brazos.
"¡Y zanahorias! ¡Estamos haciendo magia!" - agregó otro.
Después de semanas de cuidados y atención, llegó el día de la cosecha.
"¡Miren lo que hemos logrado!" - exclamó Don Pedro mientras mostraba el campo lleno de coloridos frutos y verduras.
El pueblo celebró como nunca antes, y compartieron la cosecha con todos, disfrutando de un gran banquete lleno de sabores frescos.
"Gracias a todos por creer y trabajar juntos!" - dijo Don Pedro orgulloso.
"¡Esto es solo el comienzo!" - murmuraron los chicos.
Y así, en el pueblo de Solaz, aprender a trabajar en equipo y cuidar de la tierra trajo no solo una buena cosecha, sino también una nueva amistad y unión entre todos. Desde ese momento, cada vez que llovía, recordaban a Don Pedro y a los viajeros que cambiaron su destino, demostrando que la unión hace la fuerza y que, con trabajo y buena voluntad, los sueños pueden hacerse realidad.
FIN.