El águila que no quería volar



Había una vez un águila llamada Lía que vivía en lo alto de una majestosa montaña. A diferencia de los demás águilas, que disfrutaban de un cielo azul lleno de posibilidades, Lía tenía miedo de volar. Pero no era porque no tuviera alas fuertes; era porque había oído historias de aves que se habían perdido o que habían chocado por volar demasiado alto.

Un día, mientras Lía estaba sentada en una rama cerca de su nido, su amigo el colibrí, llamado Tito, llegó volando a su lado.

"¡Lía, Lía! ¿Por qué no volás conmigo? ¡El aire es increíble y la vista es espectacular!" - exclamó Tito emocionado.

"Ay, Tito. No puedo. ¿Y si me pierdo?" - respondió Lía, mirando hacia el horizonte.

"Pero no te vas a perder. ¡Podemos volar juntos! Yo te cuidaré" - insistió Tito, dando un giro en el aire.

Lía sonrió, pero su miedo la mantenía en la rama. Entonces, decidió que no iría a volar y se quedó observando a Tito hacer piruetas en el aire.

Los días pasaron, y Lía se daba cuenta de que cada vez más se sentía triste al ver a sus amigos volar felices y disfrutar de la libertad que le daba el cielo. Una mañana, la anciana lechuza, Doña Clara, la vio crujir la rama de tanto peso.

"¿Qué te pasa, pequeña águila?" - le preguntó Doña Clara, con su voz suave pero firme.

"Tengo miedo de volar, Doña Clara. ¡Y si me caigo?" - confesó Lía, bajando la mirada.

"El miedo puede ser un buen amigo si aprendés a controlarlo. Nadie empezó a volar de un día para el otro, querida. Tenés que intentarlo, un pequeño salto, y luego verás" - le aconsejó la lechuza.

Lía pensó en el consejo de Doña Clara. Fue entonces cuando decidió, al menos, dar un pequeño salto desde la rama. Enojada con su propio temor, subió un poco más arriba.

Unas horas después, Lía estaba en la cima de la montaña. Respiró hondo y, con un fuerte impulso, se lanzó al aire. Al principio cayó como una piedra, pero justo antes de tocar el suelo, se acordó del consejo de Doña Clara. Extendió sus alas. ¡Y de repente, comenzó a volar!"¡Miren, miren! ¡Lía vuela!" - gritaron los pájaros, maravillados por su valentía.

Pero entonces, un viento fuerte sopló, y Lía se sintió perder el control.

"¡Ay! ¡Ay! ¡No puedo!" - gritó mientras se balanceaba.

Justo cuando estaba a punto de aterrizar en un árbol, Tito, que la había observado desde lejos, voló a su lado.

"¡Calmate, Lía! Recordá que tienes alas fuertes. Solo tenés que seguir el viento" - le dijo Tito mientras ella luchaba por estabilizarse.

Con una respiración profunda, Lía se concentró en la dirección del viento. En un instante, sus alas encontraron el ritmo y, como por arte de magia, empezó a volar en círculos con Tito.

"¡Lo logré, Tito! ¡Lo logré!" - gritó Lía desde la alegría. Así comenzó una nueva aventura, volando bajo el sol y entre las nubes.

Desde ese día, Lía voló sin miedo y descubrió que no solo era libre, sino que podía ayudar a otros que temían despegar. De hecho, un día, vio a un pajarito temeroso justo como ella había sido.

"¡Hola! ¡Soy Lía! ¿Te gustaría volar conmigo?" - preguntó con una sonrisa.

Y así fue como Lía, la águila que no quería volar, se convirtió en la primera en ayudar a otros a superar sus miedos. Y cada vez que volaba alto, recordaba que el verdadero vuelo solo comienza cuando decide dar el primer paso hacia adelante, dejando atrás sus temores.

La montaña se llenó de risas mientras Lía compartía su valentía, mostrando que, a veces, solo necesitamos un poco de apoyo para alcanzar nuestras propias alas y volar alto.

Y así, el cielo se convirtió en su hogar, donde cada día, cada nuevo vuelo era una celebración de la vida y la libertad.

FIN.

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