El ajedrez en el metro


Había una vez en la ciudad de Buenos Aires, una niña llamada María Espínola a la que le encantaba jugar al ajedrez. Todos los días, María iba al colegio en metro junto a su abuelo Alejandro.

Un día, mientras esperaban el tren, Alejandro sacó un tablero de ajedrez y retó a María a una partida. "¿Quieres jugar una partida mientras esperamos el tren, María?", dijo el abuelo. "¡Claro que sí, abuelo!", respondió emocionada María.

La partida comenzó y ambos jugaban con gran concentración. Mientras tanto, la gente que esperaba el tren se fue acercando para observar el emocionante juego.

De repente, un anciano se acercó y les dijo: "Disculpen la intromisión, pero no puedo evitar notar la belleza de este juego. ¿Puedo unirme a la partida?". Alejandro y María aceptaron encantados. Resultó que el anciano era un maestro de ajedrez y les enseñó algunos movimientos y estrategias.

La partida continuó con gran emoción, y el tiempo pasó volando. Finalmente, el tren llegó, pero ninguno de los tres quería detener la partida. El maestro propuso una solución: "¿Qué les parece si continúan la partida en la plaza frente a mi casa? Allí podemos seguir disfrutando del juego".

Todos asintieron con entusiasmo. Llegaron a la plaza y finalizaron la partida con un gran aprendizaje y mucha diversión.

Desde ese día, María y Alejandro llevaron su tablero de ajedrez al metro, esperando que algún desconocido se entusiasmara a jugar otra partida. Y así, el ajedrez se convirtió en una forma de conexión con las personas que compartían el viaje diario en el metro.

María aprendió que el ajedrez no solo es un juego, sino también una forma de crear lazos con los demás. Y Alejandro, vio cómo su nieta crecía, no solo en habilidades para el ajedrez, sino en valores de amistad y compartir.

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