El albañil y el cazador malvado



Hace muchos años, en un pequeño pueblito escondido entre las sierras de Córdoba, vivía un cazador que no era precisamente un buen tipo. Su nombre era Don Chascón, y se dedicaba a atrapar pajaritos y ardillas, dejando a los animales muy tristes y asustados.

Un día, mientras Don Chascón se preparaba para salir a cazar, un pequeño pajarito llamado Picoteo decidió que ya era hora de hacer algo al respecto. "¡No podemos seguir así! Este cazador es un peligro para todos nosotros!"- dijo Picoteo a sus amigos, las ardillas.

Las ardillas, muy asustadas, respondieron: "¿Y qué vamos a hacer? ¡Es un cazador enorme!"-

Pero Picoteo no se rendía. "Creo que hay alguien en el pueblo que nos puede ayudar. ¡Es el albañil!"-

El albañil, cuyo nombre era Don Rulo, era conocido por todos. Era buen tipo y siempre tenía una sonrisa. Pero había un pequeño detalle: también le encantaba la siesta, y a veces se quedaba dormido en el albañal de su casa. Así que Picoteo y las ardillas volaron raudos hacia él.

-Picoteo, picoteando en la ventana- "¡Don Rulo! ¡Despertate! ¡Necesitamos tu ayuda!"-

Don Rulo, medio dormido, se desperezó y preguntó: "¿Qué pasa, pajarito?"-

"Es Don Chascón, el cazador. Está atrapando a nuestros amigos, los pajaritos y ardillas. ¡Debemos pararlo!"-

Don Rulo, aunque soñoliento, se levantó de un salto. "¡No hay tiempo que perder!"- exclamó. Pero, como era un albañil muy ocupador, se puso a pensar en cómo podrían detener al cazador.

"Necesitamos un plan. ¿Qué tal si hacemos una trampa?"- dijo Don Rulo, mientras empezaba a juntar ladrillos y cemento.

Las ardillas y Picoteo se miraron con caras de asombro. "¿Una trampa?"- preguntó una ardilla.

"Sí, pero no una trampa cualquiera. Una trampa que sea divertida y que atraiga la atención de Don Chascón"- dijo Rulo, mientras dibujaba en la tierra la idea de su trampa.

Decidieron hacer una gran escultura de un delicioso pastel de semillas. Y para que pareciera aún más real, empezaron a decorarla con flores de colores. Mientras tanto, Picoteo voló sobre el pueblo, anunciando la gran inauguración del ‘Pastel de la Amistad’.

Los animales, curiosos, se acercaron y Don Chascón también, atraído por el bullicio. "¿Qué es todo este alboroto?"- preguntó, frunciendo el ceño.

"¡Venga, venga! Aquí está el pastel más grande y delicioso que hayas visto jamás!"- gritó Picoteo, con su voz más melodiosa.

Don Chascón, con el estómago gruñendo, no pudo resistirse y se acercó a la escultura. Cuando estuvo bien cerca, las ardillas saltaron y Picoteo voló sobre su cabeza.

"¡Ahora!"- gritó Don Rulo, y con un empujón, la escultura se desmoronó y cubrió al cazador con un montón de semillas y flores.

¡Oh sorpresa! Don Chascón estaba tan confundido y ridículo que terminó riéndose a carcajadas. "¡No puedo creerlo!"- decía mientras las ardillas y los pajaritos se reían junto a él.

En ese momento, Don Chascón se dio cuenta de algo muy importante: no podía seguir siendo el cazador malvado. Ya no quería asustar a los animales, sino hacer nuevos amigos.

"¡Lo siento, animales! Nunca más volveré a cazar. ¡A partir de ahora, quiero ser sus amigo!"- exclamó, con una sonrisa en su rostro.

Desde ese día, Don Chascón dejó de cazar y se convirtió en un gran protector de los animales. Ayudaba a cuidar el bosque y organizó picnics con las ardillas y pajaritos que, sorprendidos, lo aceptaron en su grupo. Y el albañil Don Rulo, con su ingenio, se aseguró de que siempre hubiera un espacio en el pueblo para los más pequeños y animals.

Así, el pueblito en las sierras de Córdoba se llenó de risas, amistad y un clima de protección animal nunca antes visto. Los animales comprendieron que, con creatividad y un buen plan, hasta el más malvado podía cambiar.

FIN.

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