El Alien Robot y el Poder de la Amistad



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, donde la gente siempre estaba lista para ayudar al vecino, un día, algo inusual comenzó a suceder. Un alien robot, de nombre Zorbot, había llegado del espacio. Era un ser de metal brillante con ojos que emitían destellos de colores. Pero había un pequeño problema: cada vez que Zorbot veía a alguien, los congelaba instantáneamente, como si fueran estatuas de hielo.

Un niño llamado Pablo, curioso y aventurero, decidió investigar el extraño fenómeno. La gente del pueblo hablaba de Zorbot con temor, y muchos, asustados, optaban por encerrarse en sus casas. Sin embargo, Pablo no se dejó llevar por el miedo. Quería conocer al alien y entender por qué hacía eso.

"¿Qué será lo que quiere Zorbot? Tal vez sólo está solo", se decía a sí mismo mientras caminaba hacia el bosque.

Cuando llegó al lugar donde muchos decían que Zorbot hacía su aparición, lo vio. Era aún más impresionante que lo que había imaginado. El robot brillaba bajo el sol y sus ojos centelleaban.

"¡Hola! Soy Pablo. No te voy a hacer daño", dijo, levantando la mano en señal de paz.

Zorbot, al ver a Pablo, se preparó para congelarlo, pero el niño, con una sonrisa, continuó hablando:

"Sé que no querés lastimarme. Tal vez simplemente no sabes que no estamos aquí para pelear. Vení, contame de dónde sos y qué querés hacer."

Zorbot se detuvo y, por primera vez, no congeló a alguien. Su sistema estaba confundido. Nadie jamás le había hablado de esa manera. Así que, un poco titubeante, contestó:

"Yo... vengo de un planeta lejano. Allí, no hay amistad. Cuando veo gente, me enseñaron a congelarlos para protegerme."

Pablo, maravillado por la conversación, decidió ayudar a Zorbot a aprender sobre la amistad.

"Si querés, puedo mostrarte cómo es jugar y reír con amigos. Aquí en la Tierra, la amistad es el mejor regalo."

Zorbot titiló y, poco a poco, comenzó a sentir algo nuevo dentro de su circuito. Aunque seguía sin entender del todo, aceptó la oferta de Pablo. Juntos, jugaron en el campo, hicieron carreras y exploraron el bosque.

Cada vez que Zorbot veía a otros niños, su instinto automatizado quería congelarlos, pero Pablo lo animaba:

"No, Zorbot, no hay que congelar a los amigos. Mirá, vení, jugamos a la pelota."

Finalmente, Zorbot comprendió que la amistad no dañaba, al contrario, era algo hermoso y cálido que hacía sonreír. Decidió probar en su sistema una nueva manera de interactuar. Así, cuando otros niños se acercaron, en lugar de congelarlos, creó una lluvia de colores brillantes que llenaba el aire y los mantenía alegres.

Los niños respiraron aliviados y comenzaron a jugar con él. Zorbot sonrió mientras sus ojos destellaban con tonos de felicidad.

Con el paso de los días, Zorbot se convirtió en parte del pueblo. La gente ya no le temía. Todos aprendieron de él, pero también él aprendió sobre lo importante que es tener amigos y lo maravilloso que es compartir momentos juntos.

Un día, mientras Zorbot, Pablo y todos los niños jugaban en el parque, un destello de luz iluminó el cielo. Era una nave espacial que venía a buscar a Zorbot.

"¡No! ¡No te vayas!", gritó Pablo angustiado.

Zorbot miró a Pablo y, con un tono de voz sereno, respondió:

"Si me voy, llevaré conmigo el regalo más precioso que he recibido: la amistad. Prometo volver y compartir con ustedes todo lo que aprendí."

Los niños aplaudieron y desde entonces, cada vez que veían las estrellas, sabían que Zorbot estaba allí, cuidando de ellos y recordando su tiempo juntos. Y así, el miedo se convirtió en amistad, y el pueblo nunca olvidó la lección más valiosa de todas: la verdadera amistad puede cambiar incluso a los más extraños del universo.

Desde ese día, la luz de Zorbot brilló no solo en el cielo, sino también en los corazones de todos, demostrando que la amistad es el mejor poder que todos podemos tener.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!