El Almuerzo Sin Celulares



Era un día soleado en la casa de la familia Roberta. La pequeña Roberta, de ocho años, y su hermano Tateo, de seis, estaban muy entretenidos. Roberta estaba jugado en la computadora mientras Tateo navegaba en su celular.

"- ¡Mirá lo que puedo hacer con este juego!" exclamó Roberta mientras giraba en una misión virtual lleno de colores brillantes.

"- ¡Yo también quiero jugar!" respondió Tateo emocionado.

Pero en ese momento, apareció Papá, con una sonrisa en su rostro y una bolsa de compras. Al ver a sus hijos ensimismados en sus pantallas, su sonrisa se desvaneció un poco.

"- Chicos, ¿qué tal si hacemos un almuerzo juntos?" propuso Papá.

"- ¡Sí, tengo hambre!" dijo Roberta, pero sin despegarse de la computadora, y Tateo seguía mirando su celular sin inmutarse.

Papá arrugó las cejas. "- ¿Y si guardamos los celulares y la computadora durante el almuerzo?" sugirió.

Los niños pusieron caras de descontento.

"- ¡Nooo! ¿Por qué tenemos que dejar los celulares?" se quejó Tateo, cruzando los brazos.

"- ¡Sí! ¡Es re aburrido!" añadió Roberta, frunciendo el ceño.

Papá se rió. "- Sé que es difícil, pero sería una buena forma de compartir tiempo juntos y disfrutar de la comida. ¿Qué les parece?"

Los niños hicieron pucheros por unos minutos, pero la idea de comer algo rico les hizo pensar.

"- Bueno... está bien. Pero solo si después podemos jugar en la computadora juntos" propuso Roberta, mirando a su hermano.

"- Y yo puedo elegir el juego", añadió Tateo, intentando negociar.

"- Trato hecho. Pero primero... ¡a la mesa!" ordenó Papá.

Al principio, la cena fue un poco extraña. Todos miraban sus platos, y Roberta hizo una mueca cuando Papá preguntó: "- ¿Cómo estuvo el día?"

"- No sé..." dijo Roberta. Tateo se quedó callado, jugando con su comida.

Papá, viendo que la conversación no fluía, tuvo una idea brillante. "- ¿Qué tal si jugamos a algo mientras comemos?" propuso.

"- No hay juegos en la mesa..." dijo Roberta, desilusionada.

"- ¡Sí lo hay! Vamos a jugar a la mirada fija. A ver quién aguanta más tiempo mirando al otro sin reírse." dijo Papá, con un brillo travieso en los ojos.

Roberta y Tateo lo miraron intrigados.

"- Está bien, pero yo soy la campeona de esto" se desafió Roberta, mientras Papá armonizaba su voz, "- ¡Uno, dos, tres, ya!"

Los tres comenzaron a mirarse fijamente. Papá hizo muecas y poco a poco, las risas comenzaron a brotar en la mesa.

"- No puedo más! ¡Me muero de la risa!" soltó Tateo, tapándose la boca.

Roberta gritó entre risas: "- ¡Te gané! No reíste, papá!" Aunque finalmente, después de unos segundos hizo un gesto absurdo que terminó por hacerlos todos reír sin parar.

La comida se llenó de risas que llenaban cada rincón de la mesa. Las historias sobre los días en la escuela, sus juegos favoritos, y lo que querían hacer ese año se fueron sucediendo.

Cuando terminaron, Papá preguntó: "- ¿Se dan cuenta de lo lindo que es compartir este momento?"

"- ¡Sí!" respondió Roberta, sonriendo, y Tateo asintió con entusiasmo.

"- Entonces, ¿qué les parece si hacemos esto más seguido y guardamos los celulares para momentos más tarde?" propuso Papá.

"- ¡Sii! Claro!" gritaron ambos al unísono.

Desde aquel día, la familia Roberta aprendió a disfrutar de los momentos juntos sin distracciones, y aunque de vez en cuando, los celulares volvían a aparecer, el juego de mirada fija se convirtió en la nueva tradición de cada almuerzo en familia.

Así, la familia disfrutó mucho más de su tiempo juntos, creando recuerdos que jamás olvidarían.

FIN.

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