El Alquimista y la Fuente Mágica



En un pequeño y polvoriento pueblo medieval, vivía un alquimista llamado Elías. Su vida estaba dedicada a la búsqueda del elixir de la vida y la transmutación de metales en oro, pero su verdadero anhelo era resolver el más elemental de los problemas: la escasez de agua dulce.

Un día, mientras rebuscaba en su laboratorio, Elías encontró un antiguo libro olvidado que hablaba de una fuente mágica que otorgaba agua fresca y abundante. "Si puedo encontrar esa fuente, mi pueblo nunca volverá a sufrir por la falta de agua"-, pensó Elías, llenándose de esperanza.

Decidido, preparó su mochila, tomó su bastón y se despidió de su gato, Rufus. "Voy a buscar la fuente, Rufus. ¡Procurá no hacer líos!"- dijo, medio riendo. Rufus solo maulló y se acomodó en el sillón.

El camino era largo y lleno de obstáculos. En el sendero, Elías se encontró con una anciana que estaba llorando. "¿Por qué lloras, señora?"- preguntó el alquimista.

"He perdido mi collar, mi único recuerdo de mi difunta madre. Sin él, me siento perdida"-, respondió la mujer con tristeza.

Elías, conmovido, decidió ayudarla. Buscó entre las piedras y los arbustos, hasta que finalmente, entre las hojas, encontró el collar. "¡Aquí está!"- exclamó, entregándoselo a la anciana.

"¡Gracias, buen hombre! Eres un verdadero héroe. Espero que encuentres la fuente"-, le dijo la mujer.

Elías continuó su camino, sintiéndose más ligero y feliz. Sin embargo, de pronto, el cielo se oscureció y una tormenta comenzó a arremolinarse. "¿Qué más podría pasar?"- se preguntó, sintiendo cómo la lluvia lo empapaba.

Cuando la tormenta pasó, Elías se encontró frente a un gran acantilado. Allí, en la base, había una cueva llena de brillantes cristales. "Puede que haya algo interesante aquí"-, murmuró.

Decidido a explorar, entró en la cueva y, a medida que avanzaba, los cristales brillaban con una luz intensa. Pero, de repente, escuchó un rugido. "¿Quién anda ahí?"- retumbó la voz.

Elías asustado, dio un paso atrás y se encontró cara a cara con un dragón. "No temas, viajero. No voy a hacerte daño, siempre y cuando no intentes robar mis cristales"-, dijo el dragón.

Elізаs, recuperándose del asombro, respondió: "No he venido a robar, sino a buscar la fuente de agua mágica para ayudar a mi pueblo"-.

El dragón lo miró intrigado. "He escuchado hablar de esa fuente. Pero está custodiada por tres desafíos. Si logras superarlos, te mostraré el camino"-.

El primero de los desafíos fue un acertijo: "Me puedes ver en el agua, pero nunca tocas. ¿Qué soy?"- Elías meditó y respondió: "¡El reflejo!"-.

El dragón sonrió y le dejó pasar. El segundo desafío era buscar una flor que solo crecía en la cueva, pero que estaba llena de espinas. Con paciencia, Elías encontró la flor y, tras un preciso movimiento, logró recogerla sin lastimarse. "Eres más astuto de lo que pareces"-, dijo el dragón, permitiéndole avanzar.

El tercer desafío era una prueba de sinceridad. El dragón le preguntó: "¿Por qué deseas encontrar la fuente?"-

"Porque mi pueblo necesita agua. No tengo egoísmo en mis intenciones, solo deseo ayudar a quienes me rodean"-, respondió Elías con firmeza.

El dragón, convencido, lo guió fuera de la cueva, donde un rayo de luz iluminaba una pequeña entrada. "Ahí está la fuente mágica. Puede que no sea oro, pero el agua es el recurso más valioso"-, dijo el dragón con una sonrisa.

Elías se acercó y llenó su frasco con el agua cristalina. "No olvides que el verdadero tesoro está en dar y ayudar a los demás"-, le recordó el dragón.

Con el frasco en mano, Elías regresó a su pueblo, donde todos lo esperaban ansiosos. "¡Volví con el agua! ¡No más sequía!"- exclamó, mientras abría el frasco y dejaba que el agua fluyera.

Las risas y los aplausos llenaron el aire. El pueblo prosperó, y Elías fue reconocido no solo como un gran alquimista, sino como un verdadero héroe.

Y así, aprendieron que el verdadero poder no reside en la riqueza material, sino en la voluntad de ayudar a los demás y compartir lo que tenemos. Así, Elías nunca olvidó que los mejores tesoros son aquellos que surgen del corazón.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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