El amigo inesperado



Había una vez un fantasma llamado Sir Simon que vivía en el castillo de Canterville. A pesar de ser muy poderoso, tenía un gran problema: era invisible para todos los habitantes del castillo y las personas que lo visitaban.

Esto le causaba mucha tristeza y soledad. Un día, durante la primavera, Sir Simon estaba paseando por los jardines del castillo cuando vio a un pequeño gusano aterciopelado arrastrándose por el suelo.

El fantasma se acercó al gusano y notó que éste estaba teniendo dificultades para avanzar debido a su cuerpo largo y resbaladizo. "¿Necesitas ayuda, amiguito?" preguntó Sir Simon con bondad. El gusano asintió tímidamente y el fantasma decidió ayudarlo.

Con mucho cuidado, tomó al gusano entre sus manos invisibles y lo llevó hasta una hoja cercana para que pudiera descansar. El gusano se sintió muy agradecido con el fantasma y decidió hacerle compañía en su soledad.

Cada día, durante la primavera, los dos amigos paseaban juntos por los jardines del castillo. El gusano contaba historias interesantes sobre su vida en la tierra mientras Sir Simon escuchaba atentamente. Pero un día todo cambió.

Un grupo de turistas llegaron al castillo de Canterville para conocerlo y tomar fotografías. Al verlos, Sir Simon se escondió como siempre hacía pero esta vez su amigo el gusano no pudo seguirlo porque era demasiado visible.

Los turistas comenzaron a pisotear el jardín y uno de ellos aplastó al pobre gusano aterciopelado sin darse cuenta. Sir Simon, que había estado observando todo desde lejos, se sintió muy triste por la pérdida de su amigo. Pero decidió que no podía quedarse así.

Aprovechando su invisibilidad, comenzó a asustar a los turistas para que dejaran en paz el jardín y sus habitantes. Pronto, los turistas comenzaron a irse del castillo asustados por las apariciones fantasmales.

Finalmente, Sir Simon se dio cuenta de que había encontrado un propósito en la vida: proteger a quienes no podían hacerlo por sí mismos. Desde ese día en adelante, se dedicó a cuidar del jardín y sus habitantes invisibles con gran orgullo y satisfacción.

Y aunque nunca olvidaría a su amigo el gusano aterciopelado, sabía que lo mejor que podía hacer era honrar su memoria siendo un protector valiente e invisible para aquellos que lo necesitaban.

FIN.

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