El Amigo Olvidado



Era un hermoso día de primavera cuando Tomás se despertó con un nudo en el estómago. Hoy era su primer día en su nueva escuela. Con un poco de nerviosismo, se vistió rápidamente y no pudo evitar mirar al rincón de su habitación, donde su amigo imaginario, Pipo, siempre lo había esperado.

"No te preocupes, Tomás. ¡Todo va a estar bien!" - le decía Pipo con su voz suave y alentadora, pero hoy era diferente. Tomás sintió que debía dejar a Pipo en casa y enfrentarse solo a lo que vendría.

Cuando llegó a la escuela, se sintió abrumado por la multitud de niños y las voces que resonaban por todos lados. Sin embargo, un grupo de chicos se acercó a él.

"Hola, soy Lucas. ¿Te querés jugar a la pelota?" - le preguntó uno de ellos, con una sonrisa amplia.

"Sí, claro" - respondió Tomás, con una gran sonrisa también. Así, pasó su primer recreo corriendo y riendo, dejando atrás a Pipo.

A medida que avanzaban los días, Tomás empezó a hacer nuevos amigos, como Julia, que siempre tenía cuentos divertidos que contar, y Mateo, que era un experto en matemáticas. Juntos se divertían explorando el patio, jugando y aprendiendo cosas nuevas.

Sin embargo, al llegar a casa, Tomás comenzaba a sentir que algo faltaba. A veces miraba hacia el rincón y recordaba las aventuras que solía vivir con Pipo. Pero la emoción de los nuevos amigos lo mantenía distraído.

Un día, mientras jugaban en el recreo, Lucas dijo:

"Me contaron que hay un concurso de dibujos para el próximo mes. Deberíamos participar juntos y hacer el mejor dibujo del mundo. ¿Qué dicen?"

"¡Sí!" - exclamaron todos. Tomás sintió un cosquilleo de emoción.

Esa noche, mientras trabajaba en su dibujo, pudo escucharse un susurro en su mente. Era Pipo, que parecía triste.

"¿No piensas en mí, Tomás?" - preguntó con su voz suave.

"Claro que te pienso, Pipo. Pero ahora tengo amigos con quienes jugar y hacer cosas. Estoy muy feliz" - contestó Tomás, un poco confuso.

Los días siguieron pasando, pero cada vez que Tomás se concentraba en hacer algo, una pequeña parte de su corazón extrañaba a Pipo. A pesar de las risas, a veces se sentía solo al despedirse de sus amigos. Así, un día decidió ir a buscar a Pipo.

"Pipo, ¿estás ahí?" - llamó, sintiéndose un poco tonto.

"Aquí estoy, Tomás. A veces me siento olvidado, como si no necesitaras más mis aventuras".

"No es eso, Pipo. Es solo que ahora tengo otros amigos. A veces pienso en nuestras historias, pero me siento un poco culpable por eso".

"No tienes que sentirte culpable. Estoy muy feliz de que hayas encontrado amigos y estés disfrutando. Pero a veces, necesitarás recordar lo que te hace especial, como el poder de tu imaginación".

Tomás se sintió aliviado al escuchar esas palabras. Habló con Pipo como si nunca se hubiera ido. Esa noche decidió combinar su nueva vida con su imaginación. Escribió un cuento que incluía a Pipo y a sus nuevos amigos, y se lo contó a la tarde siguiente en la escuela. Todos se apasionaron con la historia.

"¡Esto es increíble, Tomás! ¡Debemos hacer un libro con tus historias!" - dijo Julia, ilusionada.

Tomás se dio cuenta de que no tenía que olvidar a Pipo por tener nuevos amigos. Ambos mundos podían coexistir. Así que, entonces y siempre, su corazón se llenó de risa, aventuras y, sobre todo, amistad. Nunca más se sintió solo, porque siempre podía llevar un pedacito de Pipo con él.

Al final, Tomás logró hacer el mejor dibujo y contar la mejor historia, ¡y Pipo siempre estuvo allí, animándolo en cada paso del camino! Con la imaginación y la alegría de compartir, Tomás entendió que su amigo imaginario nunca fue un rival, sino un compañero de aventuras que siempre tendría un lugar especial en su corazón.

FIN.

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