El amigo perdido



Había una vez un niño llamado Jesús, que vivía en una casa antigua y grande en el campo. La casa era muy bonita, pero a veces se escuchaban ruidos extraños y voces misteriosas que lo asustaban por las noches.

Jesús tenía miedo de salir de su habitación cuando esto ocurría, así que se quedaba acurrucado en su cama hasta que el sol saliera.

Pero un día, mientras estaba mirando su reflejo en el espejo, algo sorprendente sucedió: un niño apareció detrás de él y lo llamó por su nombre. - Hola Jesús -dijo el niño del espejo-. ¿Quieres ser mi amigo? Jesús estaba asombrado pero también emocionado por tener un nuevo amigo.

A partir de ese momento, los dos niños hablaban cada noche a través del espejo y se contaban historias sobre sus vidas. Pero pronto Jesús comenzó a notar cosas extrañas mientras hablaba con su amigo.

A veces veía sombras moviéndose detrás del niño del espejo o escuchaba risas malvadas alrededor de la habitación. Un día, Jesús decidió preguntarle a su amigo sobre estas cosas. - Oye amigo -preguntó Jesús-, ¿has notado algo extraño últimamente? Como sombras o risas malvadas...

El niño del espejo pareció ponerse nervioso por la pregunta y titubeó antes de responder:- Sí... he visto algunas cosas extrañas... pero no te preocupes por eso. Solo debemos seguir siendo amigos y todo estará bien. Pero Jesús no estaba convencido.

Sabía que algo extraño estaba sucediendo en la casa y quería descubrir qué era. Así que comenzó a investigar por su cuenta. Buscó en libros antiguos y preguntó a los vecinos sobre la historia de la casa.

Después de mucho buscar, finalmente encontró una pista importante: había habido un niño llamado Tomás que vivió en la casa hace muchos años, pero desapareció misteriosamente.

Jesús empezó a sospechar que el niño del espejo podía ser Tomás, así que decidió confrontarlo. - Oye amigo -dijo Jesús-. ¿Eres realmente Tomás? ¿Qué pasó contigo? El niño del espejo pareció sorprendido por la pregunta, pero finalmente respondió:- Sí... soy Tomás.

Me quedé atrapado en esta dimensión después de mi muerte y nunca pude encontrar la paz. Pero gracias a ti, Jesús, finalmente puedo descansar... Con eso, el niño del espejo desapareció para siempre.

A partir de ese día, Jesús ya no tuvo miedo de los ruidos extraños y voces misteriosas en su casa. Había encontrado el valor para enfrentar sus temores y ayudar al espíritu atormentado de un niño perdido.

Y aunque nunca volvió a ver al niño del espejo otra vez, sintió una gran satisfacción sabiendo que había hecho algo bueno por alguien más.

FIN.

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