El Amiguito Marciano



Era un día soleado en el pequeño pueblo de El Verde, donde todos los niños jugaban en el parque. De repente, un brillo intenso iluminó el cielo. Todos miraron hacia arriba y vieron una increíble nave espacial descender lentamente, dejando una estela de luces de colores.

Emocionados, los niños corrieron hacia el lugar donde la nave había aterrizado. La puerta de la nave se abrió con un fuerte —"zummm"  y apareció un pequeño marciano de color verde llamado Zingo. Tenía grandes ojos redondos y una sonrisa amplia que lo hacía parecer simpático.

"¡Hola, terrícolas! Soy Zingo, vengo en son de paz y aventura!" - dijo el marciano con una voz alegre.

"¿De verdad eres de Marte?" - preguntó Valentina, la más curiosa del grupo.

"¡Sí! Y tengo un secreto especial para compartir con ustedes. Pero primero, ¿me enseñan a jugar al fútbol? En Marte no tenemos eso, pero he visto que es muy popular aquí." - respondió Zingo, dando saltitos de emoción.

Los niños se pusieron a jugar al fútbol, y Zingo hizo lo mejor que pudo, aunque con sus cuatro brazos, a veces la pelota se iba más lejos de lo esperado. Todos se reían y disfrutaban de la tarde.

Después del partido, Zingo se sentó con el grupo y les contó sobre su hogar en Marte.

"En Marte, el clima es diferente, y hay enormes montañas de hielo. Pero mi parte favorita es la comida. ¡Comemos nubes comestibles!" - exclamó, mientras los niños lo miraban con ojos asombrados.

"¡¿Nubes comestibles? ! No puedo creerlo!" - dijo Tomi, el más escéptico del grupo.

"Sí, ¡y son de todos los sabores! Luego me encantaría que vengas a visitar y lo prueben. Pero ahora, tengo un tema más importante del que hablarles", - continuó Zingo, bajando un poco la voz.

"¿Qué es eso?" - preguntó Sofía, interesada.

"En Marte, hemos notado que las plantas se están marchitando porque no cuidamos el agua. Quisiera ayudar a que eso no ocurra aquí. ¡Quiero plantar un árbol con ustedes!" - propuso Zingo, emocionado.

Los niños se miraron entre sí, sorprendidos pero entusiasmados.

"¡Sí! ¡Vamos a plantar un árbol!" - gritaron al unísono.

Con un rayo de sol brindando energía, los niños, junto a Zingo, recogieron tierra y semillas de un vivero. Zingo, con su habilidad especial para hacer crecer las plantas rápidamente, les mostró cómo cuidarlas.

"¿Ves? Solo necesitan amor y agua. Aprenderán que cuidar de la naturaleza es cuidar de ustedes mismos. ¡La Tierra necesita héroes!" - les dijo Zingo, mientras la semilla germinaba ante sus ojos.

Pasaron las horas y todos estaban tan absortos planteando que no se dieron cuenta de que el sol comenzaba a ocultarse. Zingo, sintiendo que era hora de irse, miró a los niños y les dijo:

"Quiero que siempre recuerden por qué es importante cuidar de nuestro planeta. ¡Se los llevaré en mi corazón!" - completó con una gran sonrisa.

Los niños se despidieron con abrazos y promesas de cuidar el árbol y el medio ambiente. Y así, Zingo subió nuevamente a su nave espacial.

Cuando desapareció en el cielo estrellado, todos volvieron a sus casas inspirados por el pequeño marciano. Desde aquel día, El Verde no solo era un pueblo hermoso, sino también un lugar donde todos aprendieron el valor del cuidado de la naturaleza y la amistad intergaláctica.

Y cada vez que miraban las estrellas, sonreían, pensando que quizás, algún día, Zingo volvería a visitarlos para jugar y compartir más aventuras de Marte.

Fin.

FIN.

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